EL ÁRBOL DE LA VIDA (Raintree County)
“Los norteamericanos medimos la grandeza con una sencilla medida: la grandeza del dinero. Siempre andamos a la caza del Árbol de la vida cuyos frutos son de oro puro. Pero existe otro árbol que no es de oro sino de aspiraciones cuya flor es el logro de ellas y su fruto el amor. Los caminos para llegar a él son deliciosos y sus senderos conducen a la paz. Hallad se árbol y hallaréis la grandeza.
(“Raintree county”)
La publicación en 1948 de “Raintree county” fue vista en su día como la gran respuesta literaria al célebre hito alcanzado durante la década anterior por Margaret Mitchell y su “Lo que el viento se llevó”. Ambas obras indagan en los distintos climas sociopolíticos reinantes durante las tres fases fundamentales de la Guerra de Secesión norteamericana: Prolegómenos, contienda y posguerra, siguiendo el hilo conductor de una epopeya romántica. Sin embargo la primera (escrita por Ross Lockridge Jr.) tiene como eje motriz de la trama a John Shawnessy, un hombre del Norte que, aún poseyendo un espíritu de profundo arraigo en la cultura caballeresca y soñadora propia de los estados aglutinados bajo la denominación de “Sur”, es un leal creyente en la causa abolicionista y en el progreso representado por los suyos; mientras que la segunda novela hace converger el mosaico de los diferentes acontecimientos que se suceden en su historia en la figura ingobernable de Escarlata O´Hara, una auténtica sureña de pro, superviviente nata de los múltiples avatares que le presenta la vida y finalmente víctima de una nostalgia crónica de un ayer irrecuperable. Una y otra obra fueron muy bien recibidas por la crítica especializada del momento, pero así como “Lo que el viento se llevó” batió records de ventas y conoció en 1939 una traslación a la gran pantalla igual de exitosa a todos los niveles, el libro de Lockridge tuvo una carrera comercial más modesta y su adaptación cinematográfica de 1957, con unos esplendorosos Montgomery Clift y Elizabeth Taylor al frente del reparto, no consiguió ni el respaldo de los críticos ni el público.
Fieles a nuestra tradición de cambiarles el título original a muchas de las películas extranjeras que se estrenan en España, “Raintree county” (Condado de Raintree) fue rebautizado en la época de su debut en los cines patrios como “El árbol de la vida” en atención a uno de los puntos clave de la evolución personal de su protagonista: Conocedor de la arraigada leyenda local que sitúa al mitológico Árbol de la Vida en un lugar indeterminado de dicho condado del Estado de Indiana del que es oriundo, John Shawnessy tiene como quimera encontrarlo para logar, bajo su influencia benéfica, la consecución de todos sus sueños. No obstante, como con harta frecuencia ocurre, el destino de John seguirá tortuosos derroteros que lo irán alejando gradualmente de esa ingenua utopía. Un turbulento matrimonio con una beldad sureña aquejada de un hondo desequilibrio mental y las brutales experiencias por las que pasa durante el conflicto bélico, harán de Shawnessy un hombre de fantasías quebrantadas y desalentado pragmatismo.
Montgomery Clift, Elizabeth Taylor
La mitología inherente al Árbol de la vida ha derivado principalmente del judaísmo y del cristianismo. Para el primero constituye uno de sus más importantes símbolos cabalísticos: Está compuesto por diez esferas (sefirot) y veintidós senderos, cada uno de los cuales representa un estado (sefirá) que acerca a la comprensión de Dios y a la manera en que Él creó el mundo. La Cábala desarrolló este concepto como un modelo realista que representa un “mapa” de la Creación. Habitualmente se considera que este Árbol de la Cábala se corresponde con el Árbol de la vida al que se hace mención en el Génesis como uno de los tres árboles que Dios hizo crecer en el Jardín del Edén y cuyo lugar se situaría en el medio del huerto tipificando la vida eterna. De tales tradiciones religiosas han bebido múltiples leyendas en muy distintas partes del mundo. En el caso de la ficción elaborada por Ross Lockridge Jr. habríamos de atender a la figura legendaria de John Appleseed, pionero norteamericano que introdujo la plantación de manzanos en Ohio, Indiana e Illinois y que a comienzos del siglo XIX era ya una celebridad en muchas partes de América no sólo por su labor plantadora sino también por su defensa a ultranza de la conservación de la naturaleza y por el simbolismo que atribuía a los árboles. El condado de Raintree recibió su nombre de la común creencia de que entre las muchas semillas de manzanos que Appleseed había plantado en aquella zona, había una del mismísimo Árbol de la vida, el cual habría cobrado realidad terrena en un emplazamiento indeterminado de la foresta local. De semejante acervo folclórico, que confería a quien descubriera el lugar donde crecía el prodigio la preciada gracia de ver cumplidos sus sueños, extrajo el autor de “Raintree county” el hálito metafísico que vertebra su obra.
Eva Marie Saint, Montgomery Clift, Elizabeth Taylor
El arco vivencial recorrido por John Shawnessy comienza en la edad de la inocente pero concienzuda búsqueda de aquella maravilla arbórea y remata con el encuentro accidental de tal prodigio, descubrimiento que pasará desapercibido ante sus ojos porque en su corazón habrá ganado prioridad la salvación de quien representa el mayor de los sueños materializados: su hijo, un niño que en su infantil inconsciencia sigue a su enajenada madre por toda la espesura de los bosques pero que no llegará a compartir su fatídico fin al hallar amparo bajo el beatífico Árbol. Allí lo encontrará el padre tras una agónica expedición por la peligrosa frondosidad verde y pantanosa de la arboleda. Con él en brazos abandonará el enclave paradisíaco transido por una plenitud corpórea y gozosamente humana en su gloria, y, sin saberlo, le dará la espalda al símbolo anhelado, ignorante de que precisamente lleva asido a su pecho todo cuanto para él podría significar el Árbol de la vida.
Elizabeth Taylor
La intensidad de nuestro empeño por salir triunfantes de la búsqueda del específico Árbol de la vida que nos obsesiona suele licuar la solidez de una gran parte de nuestra existencia. El esplendor de los objetivos derivados de nuestros sueños de juventud, nos inclina a minusvalorar la conquista de la buena fortuna si ésta no se enraíza sobre ese edén codiciado. Tendemos a rebajar la eminencia de nuestros logros si no encajan en el molde de aquella gran quimera y hacemos caso omiso de la significación verdadera de cuanto enriquece profundamente nuestra razón de ser como individuos y que tiene su máximo puntal en dichas conquistas. Cuando, cansados de ir a la procura de lo que concebimos como anhelo supremo, nos despojamos de la venda que ciega nuestros ojos ante lo que es el patrimonio de felicidad que nos hace realmente prósperos al abrigo de la humanidad terrena, somos en verdad bendecidos con la grandeza de ese fruto dorado del que es nuestro único Árbol de la vida posible.