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BIG LITTLE LIES: Chicas en pie de guerra

  • Óscar López
  • 17 ago 2017
  • 7 Min. de lectura


Tras quince años sin ponerse delante de una cámara (“Simplemente no tenía ninguna razón para sentarme a esperar a que el teléfono sonara. Son muchos años tratando de conseguir papeles, sabiendo que si no lo produces tú misma, a menudo no te los van a ofrecer. Estaba cansada”), Goldie Hawn ha regresado a la gran pantalla con “Descontroladas” (2017), filme a mayor gloria de Amy Schumer, una de las cómicas de nueva hornada forjadas en televisión (medio al que la inolvidable intérprete de “Flor de cactus” (1969) dio la espalda en 1970 tras participar en el programa de sketchs “Laugh-In”). Si bien es cierto que Goldie comparte honores estelares con su compañera, resulta un tanto doloroso para sus múltiples admiradores (esoa leales que saben que es mucho más que una mujer aspaventosa, estridente y retocada en quirófano hasta la extenuación -detalles que ha sabido reconvertir en señas de identidad y autoparodiar con talento-) verla asumir un rol y un guión muy por debajo de sus enormes posibilidades (en drama y en comedia), ampliamente demostradas en una filmografía de éxitos (y fracasos) que deben en gran parte tal condición a su mera presencia. Sin embargo, aunque no es tan complicado darse cuenta de este detalle nada nimio, Hawn también hace suyo el discurso de tantas de sus compañeras con respecto a lo poco valoradas que están las actrices en general, más si ya han rebasado una frontera de edad que sigue descendiendo peligrosa y absurdamente (a la vista de venta de entradas y audiencias): “Hace 20 años, Diane Keaton, Bette Midler y yo hicimos una película llamada “El club de las primeras esposas”. Al estudio le preocupaba que fuéramos tres mujeres de cierta edad y no quisieron pagarnos nuestro caché habitual. La película batió todos los récords de recaudación y fue portada de la revista Time, pero cuando fuimos a negociar la secuela no quisieron subirnos el sueldo”.


Reese Witherspoon


Reese Witherspoon ha sido una de las máximas afectadas por lo que se conoce como “maldición del Oscar”, son muchos los nombres de intérpretes (especialmente femeninas) que han visto sus carreras paralizadas, atascadas, incluso terminadas (en lo que a posibilidades, triunfos y reconocimiento se refiere), cuando se pensaba que un premio de este calibre aumentaría su cotización y repercusión. Galardonada con apenas treinta años por su encarnación de June Carter en la fallida y errática “En la cuerda floja” (2005), en la que su personaje importaba ciertamente poco a James Mangold (le hurtaba gran parte de lo que hubiesen debido ser momentos gloriosos y de lucimiento), Witherspoon era en ese momento una actriz muy bien valorada tanto en lo comercial como en lo artístico, avalada por títulos tan dispares como “Election” (1999), “Una rubia muy legal” (2001) o “La feria de las vanidades” (2004), cintas en las que su interpretación se destacaba y encomiaba aunque lo demás fuese defenestrado. Sin embargo, empezó a encadenar una serie de fracasos más o menos estrepitosos, elecciones que se demostraron equivocadas, filmes que iban minando su bien ganada aureola estelar mientras se aprovechaban de ella para la promoción, le colgaron el sambenito de actriz acabada que, para colmo, ya no era una niña (por más que su rostro conserve intacta la luminosidad, por más que la experiencia atesorada imprima carácter si su rol lo precisa). Pero, haciendo propias las palabras de Goldie Hawn, Witherspoon siguió buscando vehículos en los que demostrar que aún tiene mucho que decir y ofrecer, sin esperar a que se produjese esa llamada mágica que nunca llega, involucrándose como productora proyecto tan personal como “Alma salvaje” (2014), recuperando el crédito que nunca debió perder, reverdeciendo laureles y prestigio (nominación al Oscar incluida) en la gran pantalla, pero no demasiados espectadores (la dirección de Jean-Marc Vallée transformó una historia íntima, dolorosa y humana en un continuo alarde visual que alejaba al espectador e impedía las emociones).


Nicole Kidman, Shailene Woodley, Reese Witherspoon


La televisión (la tan denostada por tantos, la considerada menor, la mirada por encima del hombro por aquellos que se tienen por garantes de lo que consideran esencias artísticas, por los falsos, vacuos y pretenciosos puristas) es desde ya unos años el mejor refugio para personas inquietas y arriesgadas, para propuestas que los grandes (e incluso los pequeños) estudios no ven factibles, para audacias que se supone el público que sigue yendo al cine rechazaría (¿No tiene nada que ver el desorbitado precio de las entradas, las salas mal acondicionadas, los formatos no respetados a la hora de la proyección, la pantalla -dicho así en general a la que cada vez resulta más complicado denominar “gran”?) y, en concreto, supone una revitalización, una activación y reactivación (depende de cada caso), un espacio en el que muchas mujeres que alguien (muchos, en realidad) ha pensado que ya no interesan o a las que ni siquiera se deja acceder (por desconocidas, por ser tildadas de “diferentes”, por misoginia pura y dura) pueden desarrollar sin límites su creatividad y dar rienda suelta a su talento (o talentos). Así, Reese Witherspoon se embarcó en una aventura en la que encontró cómplices como David E. Kelley, Barbara A. Hall, Nicole Kidman o, de nuevo, Jean-Marc Vallée y que ha dado como fruto una de las miniseries del año, una auténtica joya que, una vez más, viene a desmentir el viejo adagio de que las historias con y de mujeres sólo interesan a éstas (y depende del asunto) porque “Big Little Lies” no hace sino conquistar adeptos de cualquier edad y sexo, público agotado de ver siempre los mismos puntos de vista, derroche de testosterona y demás falocracias, personajes femeninos reducidos al cliché, machismos consentidos y aplaudidos, pretendidos humor negro e incorrección política donde sólo hay reforzamiento de desigualdades (cuando no delitos que deberían perseguirse y castigarse).


Laura Dern, Nicole Kidman, Shailene Woodley, Zöe Kravitz, Reese Witherspoon


Basada en el best seller homónimo de Liane Moriarty, “Big Little Lies” encuentra en David E. Kelley el mejor escritor posible -no en vano a él se deben títulos imprescindibles de la ficción televisiva como “Ally McBeal” (1997-2002) o “Boston Legal” (2004-2008), al margen de haber formado parte del equipo de guionistas de “La ley de Los Ángeles” (1986-1994)- para contar una historia que no respeta la cronología, que da saltos en el tiempo, que va jugando sus cartas según conviene para que la tensión, la intriga y la sorpresa aumenten con cada secuencia; otra cosa bien distinta es lo que, una vez más, Jean-Marc Vallée hace con su cámara (sumado a un montaje a ratos estrambótico, otros deformante, por momentos dificultando la visión, rompiendo la naturalidad y hasta la verosimilitud), especialmente en el primer capítulo (si uno se engancha es por lo que se cuenta y cómo está interpretado), defectos que se agudizan en el último (destrozando el clímax y desperdiciando una soberbia escena que, a pesar de todo, las grandes actrices que la interpretan consiguen salvar). Parece que, equivocadamente, Witherspoon piensa que debe algo al cineasta que se puso por encima de “Alma salvaje” con sus ínfulas de autor o que, al menos, quedó satisfecha del trabajo conjunto, que no tendrá continuidad si por fin se confirma que habrá una secuela, puesto que Vallé ha anunciado que no está interesado en dirigirla (y confiemos en que nadie le convenza de lo contrario y que tampoco se haga cargo de la adaptación de “Un domingo como otro cualquiera”, la nueva novela de Liane Moriarty cuyos derechos se han apresurado a comprar Reese y Nicole con objeto de producirla -y se supone interpretarla-, lo que aún no está claro si de nuevo para televisión o para cine).


Alexander Skarsgärd, Nicole Kidman


Reese Witherspoon es la reina absoluta de la función con un personaje límite y al límite, una hiperactiva de lengua afilada y mordaz, una mosca cojonera con y para todos, es un absoluto disfrute cómo la actriz afila los elementos puramente cómicos y los mezcla con los risibles, con los patéticos, cómo domina la escena y los tiempos, cómo derrocha amplitud de registros, cómo es, no obstante (como productora y como intérprete), generosa con sus compañeras, puesto que jamás va a robar plano porque sí, sabe colocarse al fondo o fuera de foco cuando es el turno de una Nicole Kidman estremecedora que recupera su mejor vena dramática (a ver si dejamos de una vez de hacer burla sobre sus operaciones, como si éstas hiciesen mermar su talento -sí, parece permanentemente asustada y puede resultar muy inexpresiva, pero tampoco se hizo popular por sus muecas o profusión de gestos- y atendemos al hecho significativo de que le han ofrecido roles insustanciales y poco aprovechados o se ha involucrado en auténticos desastres que ni su presencia y entrega podían salvar-); del mismo modo, la serie permite a Shailene Woodley ofrecer su interpretación más matizada e interesante, lejos de su típico registro anodino y sin fuelle, recuperar a una espléndida Laura Dern a la que se ve pletórica, divertida y hasta efervescente en un personaje que es una mezcla explosiva entre Alexis Carrington y la madrastra de Blancanieves y poner el ojo en Zoë Kravitz quien, aunque hubiese aparecido en “Divergente” (2014) y demás títulos de la saga o “Animales fantásticos y dónde encontrarlos” (2016), tiene aquí ocasión de labrarse su propio nombre más allá de su apellido. Y antes de que alguno de los de siempre salga a endilgarnos su típico y trasnochado discurso (y falso porque, como tantas veces, hablarían sin saber, intentando defender su dictadura), hay que decir que los personajes masculinos también están espléndidamente escritos (creados por una mujer, sí, pero trasladados a la pantalla por un hombre, que no os tiemblen las carnes, chavales), que no se trata de vengarse de nada sino de contar una historia en las que ellas llevan la voz cantante porque son apasionantes, con recovecos, con aristas, con entidad, como debe ser.

 
 
 
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