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TERESA DE JESÚS: crónica de un entusiasmo



Así se refirió Carmen Martín Gaite a la serie que había escrito junto a Josefina Molina y Víctor García de la Concha cuando los tres y la actriz protagonista, Concha Velasco, acudieron a presentarla a Buenas noches, el programa de entrevistas de Mercedes Milá donde tanto aprendimos (a escuchar, a preguntar(nos), a dialogar, a querer saber). Podríamos robar a la llorada y admirada autora de Entre visillos y otras novelas imprescindibles la definición para, por un lado, hablar de aquellos años en que, paradójicamente cuando no tenía competencia ni audiencia que arrebatar a otras cadenas, TVE se comportaba como una estupenda televisión pública en la que se trataban con profusión y acierto asuntos culturales, apareciendo literatos, filósofos, gentes preparadas, en los horarios de máxima audiencia, dando espacio (también en la programación infantil) a la poesía, a la música, al arte, combinando perfectamente diversión con educación (porque se sabía primar aquella y no caer en el didactismo más absurdo, porque se comprendía que la letra no entrará jamás con sangre por mucho que se empeñe esa nefasta voz popular), satisfaciendo a un público muy variado que seguía con el mismo interés programas de asuntos tan diferentes como A fondo, Autorretrato, Con las manos en la masa o una tertulia en casa de Fernando Fernán-Gómez (e igual te topabas con Borges que con Florinda Chico, con Cortázar o con Massiel, todos tenían cabida y a todos se les daba su espacio porque tenían una vida profesional sobre la que hablar). Del mismo modo, sin necesidad de practicar la nostalgia y consentir que nos altere el recuerdo, podemos reconfirmar (o descubrir, depende de la edad) gracias a DVDs y Blu-rays o a la página web de RTVE que las series de aquel momento conservan intactos todos sus valores e incluso los han potenciado, que tanto las de dibujos animados como las de imagen real, tanto las principalmente dirigidas a los más pequeños como las concebidas para el público adulto, tomaban como base (y permitían un primer acercamiento que se aceptaba con agrado al no ser una imposición) grandes obras de la literatura universal (o la figura de personajes relevantes), que la mayoría sigue provocando un entusiasmo irrefrenable y un auténtico deleite.


Concha Velasco en un momento de la serie de Josefina Molina


Aunque, volviendo al inicio, Carmen Martín Gaite ponía el acento en aquello que había sido el planteamiento básico, la columna vertebral sobre la que habían erigido ese prodigio televisivo titulado sencillamente Teresa de Jesús, absoluta declaración de intenciones (y de logros): desterrar las visiones sesgadas, reduccionistas o manipuladas en beneficio del que tenía potestad para decidir cómo se abordaban los asuntos en los libros de texto (y a quién se mencionaba y a quién se dejaba fuera), glosar la figura de una mujer, de una escritora, de una transgresora, de una revolucionaria, de una figura que hay que contemplar y analizar en todas sus facetas, siendo la fundamental el modo en que se volcó en impregnar la espiritualidad de humanidad y viceversa, en intentar acercar, en respetar lo divino por su mundanidad, trascendiendo (en cualquiera de las acepciones posibles) a su pesar, trabajando por aquello que amaba, entusiasmada con su labor, con la posibilidad de ayudar a otros, con la fiebre de la escritura, sin querer imponer nada y rehuyendo lo que otros proclamaban como la única fe posible, arrogándose el derecho a hablar como si fueran el propio Dios. Mientras en las aulas sólo se destacaba el carácter místico de Santa Teresa y se volvía una y mil veces a lo de “muero porque no muero” como si hubiese sido su único hallazgo literario (y se hacía más para resaltar sus ansias por trascender, en ese detalle cifraban toda su santidad, no para analizar las metáforas, la métrica, la sonoridad, la musicalidad de sus versos), cuando sólo se mencionaba aquello de que buscaba a la divinidad hasta en los pucheros quitándole toda la espontaneidad y transformándolo en rígida regla que obligaba a vivir pendiente y temeroso de la constante e implacable mirada que llegaba desde las alturas, la serie dirigida por Josefina Molina supuso todo un descubrimiento porque abordaba la compleja personalidad de la que con el tiempo llegaría a ser considerada Doctora de la Iglesia (y Pablo VI tuvo que vencer las reticencias de la Curia Romana porque no pensaban que una mujer mereciese tal título) sin ocultar sus sombras pero encendiendo sus múltiples luces, revelándose ante nuestros asombrados (y poco después, sin duda entusiasmados) ojos (me refiero a los que en marzo de 1984, cuando se emitió el primer capítulo, estábamos en los últimos cursos de la EGB) como una figura con tintes heroicos, alguien para cuya literatura aún no estábamos preparados pero que nos llamaba la atención por su facilidad para verbalizar lo inefable, para hacerlo cercano, para venerar aquello que le resultaba tangible, corpóreo, real (porque siempre describió sus éxtasis haciendo hincapié en que lo que sentía en el cuerpo, en el corazón, en el alma, se concretaba y hacía visible ante sus ojos).



Con motivo de la celebración del quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa, la editorial Almuzara recuperó hace unos meses En el umbral de la hoguera, una novela publicada por primera vez hace algo más de quince años en que Josefina Molina ampliaba algunos aspectos que no pudieron tratarse en la serie o sobre los que se vieron obligados a pasar muy por encima (sólo tenían ocho capítulos de poco menos de una hora), advirtiendo que juega “con la ficción y la realidad, con el documento y la imaginación” y recordando la necesidad de “reinterpretar nuestras figuras de referencia”, esas que se han contado desde un punto de vista masculino (salvo muy honrosas excepciones), haciendo hincapié en que “Teresa Sánchez Ahumada, por el hecho de ser Santa y Doctora de la Iglesia no es patrimonio exclusivo de los católicos”. Es esa apropiación indebida, como si sólo pudiese ser comprendida por ellos (ocultando que, precisamente, fueron aquellos que ella podía considerar “los suyos” los que la persiguieron, hostigaron, censuraron, acosaron y acusaron, la Inquisición mantuvo alguna causa abierta contra ella durante mucho tiempo, al margen de por su obra escrita y la reforma que planteó en el Carmelo era vigilada sin tregua porque pertenecía a una familia de judíos conversos y resultaba digna de sospecha), es ese reducir a la escritora a su condición de religiosa lo que durante muchos años (y aún hoy en día) ha provocado que sus textos fuesen leídos con múltiples prejuicios y directamente pasados por alto, perdiéndose la ocasión de conocer y disfrutar una prosa vibrante, directa, espontánea, sin afectación lo que no impide que resulte muy elaborada, a ratos confusa lo que habla de la inmediatez, del rapto, del éxtasis que le llevaba a coger la pluma (hay frases que quedan a medias, elipsis excesivas, anacolutos inextricables, pero aun así el flujo de la corriente es tan poderoso que es imposible despegar los ojos de lo escrito, aunque a veces haya que volver atrás para intentar desenredar la madeja).



El modo en que Concha Velasco explica cómo va brotando esta “escritura del alma”, cómo no se debe frenar, la satisfacción (de nuevo, si se prefiere, el entusiasmo) que experimenta al volcarse sobre el papel porque es la mejor manera de comunicar aquello que puede ser útil (cómo hablar con Dios, cómo recibir respuesta), la placidez y sencillez con que interpreta ese momento es paradigmático de lo que la actriz logró con la que, con todo merecimiento, quedará como una de sus cumbres más, permítaseme la broma, gloriosas (aunque la primera acepción del DRAE ignora cualquier sentido divino puesto que habla de las “dignas de honor y alabanza”). Leer En el umbral de la hoguera poco después de haber revisado Teresa de Jesús supone que los diálogos resuenen en nuestro interior con los tonos y decires de Concha, tal fue la inmersión que llevó a cabo en el personaje, apropiándoselo sin tergiversarlo ni adulterarlo, se nota que Josefina Molina también tiene esa imagen conjunta a la hora de escribir la novela (como mayor prueba de fuego, pruébese a leer sus versos, algunas páginas de Libro de la vida, ya verán como muy pronto empieza a llegarles la voz de la actriz tal y como la utiliza en la serie). Ante patéticos intentos por actualizar lo que está bien como está, lo que se explica por sí solo y no precisa de subrayados que, aunque sea desde el lado opuesto, son tan manipuladores y falsarios como los anteriormente denunciados, ante despropósitos como Teresa, la película con que TVE ha pretendido conmemorar los 500 años de la Santa, nada mejor que regresar a los que no necesitaron ninguna reivindicación ideológica, tan sólo mirar de frente y sin adjetivos a la mujer, y a partir de ahí embarcarse en la maravillosa aventura de conocer sus escritos, su vida esa que, sin duda y a pesar de los obstáculos (o tal vez gracias a ellos), Teresa de Jesús vivió con incontenible entusiasmo.


Óscar López

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