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PASAJE A LA INDIA: el misterio Marabar


“¿Qué sucedió en las cuevas Marabar?” es un interrogante que, a modo de eco incesante, ha intrigado a numerosos lectores primero y espectadores después, desde que en 1924 E.M. Forster publicó “Pasaje a la India”, una de sus más sagaces novelas que en 1960 sería dramatizada como pieza teatral por Santha Rama Rau y luego serviría de inspiración al maestro David Lean para (tomando también elementos de la obra de teatro) escribir y dirigir en 1984 su excelso testamento cinematográfico de título homónimo protagonizado por una impresionante Judy Davis como Adela Quested y la siempre exquisita Peggy Ashcroft en el carismático rol de la señora Moore.


(De izq a dcha: Peggy Ashcroft y Judy Davis)


La sugestiva ficción literaria de Forster, que tantas y tan diferentes lecturas ha suscitado, hacía girar su trama en torno a la conflictiva convivencia colonial entre la comunidad británica y la población india durante los albores del siglo XX, cuando el movimiento independentista indio comenzaba a resultar una amenaza para la hegemonía del país ocupante de la denominada “Joya de la Corona”. No obstante, en medio de la astuta denuncia política y de injusticia social de “Pasaje a la India”, con la que el escritor inglés se posicionó claramente en el lado de las reivindicaciones de los sometidos, va emergiendo una historia de autodescubrimiento que con una virulencia gradual e irrefrenable terminará por infestar el inteligente organismo de toda la novela.


Adela Quested es una muchacha reprimida que parte de su Inglaterra natal junto con su futura suegra la señora Moore para reunirse en India con su prometido. Una vez allí entrará en contacto con la realidad clasista imperante y comenzará a sentir un despertar de los sentidos hasta entonces desconocido para ella. Aún conscientes de su pertenencia a la clase dirigente de aquellos territorios, Adela y la señora Moore trabarán amistad con el doctor Aziz un joven doctor indio que se ofrecerá a llevarlas de excursión hasta las célebres cuevas Marabar. La jornada en cuestión cambiará radicalmente las vidas de los tres implicados: En un momento determinado de la expedición, Adela y Aziz se quedarán solos en un punto remoto de las numerosas cuevas de la parte alta de la montaña donde radican y a partir de ahí se desencadenará un escándalo de dimensiones nacionales al ser acusado el doctor de intento violación por parte de la señorita Quested.



La información ofrecida tanto por Forster, como por Santha Rama Rau y por David Lean más que proporcionarnos datos concretos que apoyen o desmonten la acusación de Adela, nos enfrenta a un complejo entramado de sutilezas del cual es imposible derivar un posicionamiento firme a favor o en contra de la joven. Cuando a Forster y a Santha Rama Rau se les preguntaba acerca de la realidad o falsedad de la acción imputada a Aziz, ambos coincidían en responder que ““Pasaje a la India” no iba de eso”. Idéntica ambigüedad capitaneó el guión y la dirección de Lean en la adaptación que hizo para el cine de la novela.


¿Qué sucedió en las cuevas Marabar entre Adela y Aziz?


(De izq a dcha: Victor Banerjee, Alec Guinness y Judy Davis)


La inglesa llega a la excursión con toda la exuberancia sexual descubierta en sí misma implosionando en su cuerpo, presa de la convicción de que su prometido no será el marido adecuado para ella. El recorrido que los dos jóvenes hacen en solitario hacia las cuevas situadas a una mayor altitud crea una intimidad entre ellos que perturba hondamente las expectativas emocionales de Quested, turbación que cuando entra por su cuenta en una de las cavernas alcanza su clímax. En el pétreo interior de la cueva Adela encenderá una cerilla y se verá reflejada en el mineral iridiscente de sus paredes. Cuando el doctor inicie su búsqueda y la llame desde la entrada de la gruta en cuestión, ella apagará el fósforo pero se verá acorralada por la viril reverberación de su nombre. Lo siguiente de lo que tenemos noticia es de la huida despavorida de Adela del lugar. Nada más se nos relata en lo concerniente a los hechos acaecidos durante ese paseo.


(de izq a dcha: Judy Davis y Peggy Ashcroft)

Para consternación de la comunidad británica de India y júbilo del pueblo sometido, Adela retirará sus cargos contra Aziz a lo largo del escandaloso juicio que sigue a su acusación. Despreciada por casi todos sus compatriotas y por la sociedad india al completo, la señorita Quested regresará a Inglaterra habiendo conquistado una enigmática paz. Años después obtendrá el perdón del doctor.


La clave de lo ocurrido en las cuevas Marabar no radica en el grado de veracidad que pueda albergar la inculpación de Aziz en el intento de agresión sexual del que se le acusa. El quid del estallido de pánico del que es poseída Adela lo constituye el pavoroso hallazgo que hace la joven en el útero desolado de la caverna: la verdad de quien ella es.


(De izq a dcha: Judy Davis y Victor Banerjee)


Adela Quested sufre una brutal confrontación consigo misma en ese seno granítico de Marabar. Su esencia, largamente constreñida bajo el yugo de su educación puritana, queda repentinamente al descubierto. Tal es el impacto que recibe la mente agitada de la muchacha. Producto de tan impresionante alteración íntima será una procelosa distorsión de la atracción que siente por Aziz, que en cierta medida ocultará temporalmente la raíz del pánico que siente al haberse reconocido al desnudo. Únicamente cuando se aventura en el aprendizaje de quien es se atreverá a detener la tempestuosa maquinaria judicial que ha puesto en marcha con su acusación. Después sólo cabrá el desamparado reencuentro con el sosiego interior que le confiere el desprendimiento de aquella muralla que la separaba de su ser verdadero.


(Judy Davis)


Pasamos parte de nuestra existencia huyendo del nítido conocimiento de la verdad humana que nos fundamenta. Nos asomamos temerosos al borde de ese discernimiento en muchos de los momentos claves que debemos sobrellevar en la vida, pero el terror suele dominar nuestra humana propensión a buscar esa transparencia. Sin embargo, superado medianamente ese miedo y aún a riesgo de un traumático primer impacto, una vez internados en las profundidades cristalinas de nuestra propia cueva Marabar, la inmersión en la realidad personal que siempre nos ha aguardado supondrá la llave maestra para consolidar un amor benevolente y pacífico con quienes somos.


Pablo Vilaboy








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