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JACOBO DICENTA: Cuestión de genes (y de talento)


Su padre, el gran Manuel Dicenta, el que es nombrado con el “don” delante por la gente de la profesión que le reconoce y recuerda como maestro, falleció cuando él apenas tenía dos años y, por lo tanto, no pudo ser ese niño agazapado entre cajas que aprende a amar la profesión viendo a su progenitor ejercerla. Pero su madre supo inocularle el bendito veneno del teatro, le convirtió en espectador desde muy pronto, le habló de su herencia, de la sangre que corría por sus venas, supo estimular una vocación que llevaba impresa en sus genes. Hoy por hoy, Jacobo Dicenta ha demostrado con creces su propio talento, dando esplendor a un apellido histórico, siendo paradigma de cómo hacer justicia con lo que le viene de cuna.


Don Manuel Dicenta


Tras el éxito de El malentendido de Albert Camus (homenaje a sus padres y, por extensión, a toda una generación de cómicos), Cayetana Guillén Cuervo ha vuelto a unir fuerzas con el director Eduardo Vasco y acaban de presentar su versión de Hedda Gabler de Henrik Ibsen en el María Guerrero, donde se representará hasta el próximo 14 de junio antes de iniciar una gira que se anuncia fructífera y extensa. En este montaje que recupera las mejores esencias de un dramaturgo no siempre bien comprendido, tantas veces mal adaptado y peor resuelto, Jacobo Dicenta se apodera con maestría y contundencia del espinoso personaje del juez Brack, un villano profundamente humano, de ahí que provoque tantos escalofríos en el patio de butacas.


(Jacobo Dicenta y Cayetana Guillén Cuervo en Hedda Gabler)


PREGUNTA.- ¿Cómo ha sido la reunión de unos apellidos tan gloriosos para la escena como lo son el tuyo y los de Cayetana?


RESPUESTA.- Como no podía ser de otra manera, ha sido algo fantástico que hemos vivido con muchísimo cariño por parte de los dos. Yo conocí a Fernando, su hermano, rodando la tercera temporada de Isabel y la verdad es que nos tomamos mucho aprecio; cuando Cayetana le comentó que yo participaría en la función me puso por las nubes, habló bien de mí como actor y como compañero, y fue lo primero que ella me dijo “mi hermano te adora”… Es algo totalmente mutuo.


P.- ¡Un Ibsen y, por fin, en el María Guerrero!


R.- ¡He tardado veintidós años en pisar estas tablas! Y lo cierto es que es curioso, porque en este teatro vi Luces de bohemia, dirigido por Lluís Pasqual, y al salir sentí como un impulso y le dije a mi madre que me iba al camerino a saludar a José María Rodero. Entré, me presenté, le conté que quería ser actor y ya estaba a punto de entrar en la Escuela, y él me dijo “hijo, espérate unos años, no tengas prisa”, yo respondí “lo que usted diga, señor Rodero”, salí, se lo conté a mi madre y le dije que no pensaba hacerle ni caso. Y en la cafetería del María Guerrero me encontré en una ocasión a Juanjo Menéndez y me dijo lo mismo “ni se te ocurra ser actor, ni se te ocurra”, pero con el tiempo volvimos a coincidir le dije que no le había hecho ni caso y él me dijo que se lo imaginaba… O sea, que me habían pasado cosas dignas de recuerdo en este teatro y, claro, tenía muchas ganas de pisarlo como actor, porque aquí mi padre hizo grandes cosas y quería seguir su estela.


P.- Hay quien dice que el talento no se hereda, pero tu caso desdice bastante semejante sentencia…


R.- El talento se hereda y también se trabaja, no hay duda: cada vez tengo más claro que el actor nace y se hace y, evidentemente, yo lo he heredado, me sale solo porque, cuando hago teatro clásico, de repente suelto una tirada de versos como hacía mi padre, que de los dieciocho decía catorce sin respirar, se paraba en mitad del décimo quinto, donde le daba la gana, y yo lo hago en escena sin premeditación, sólo soy consciente al terminar porque pienso “cómo suena esto a mi padre”. Se hereda porque, además, es mucho conocimiento en casa, mucho audio, todos los recuerdos de mi padre, lo que me ha hablado mi madre, lo que me han contado sus compañeros y, claro, eso está ahí y termina por salir. Por otra parte, tengo muchas cosas de actores con los que empecé y de los que he aprendido muchísimo: yo no pisaba el camerino ni aunque me matasen, yo estaba entre cajas toda la función, también en los ensayos, he ido adquiriendo tonos, modos, me he quedado con algo de Luis Merlo, de José Pedro Carrión, de Sacristán, y eso va saliendo en algún momento. Sin querer sonar prepotente, le diría a la gente joven que se preocupe, que se interese, que no pierdan el tiempo cuando están en un rodaje o en algún montaje, que lo miren todo, que sigan aprendiendo, la Escuela prepara, da una base, pero para mamarlo de verdad hay que ponerlo en práctica, participar, aprovechar cada momento y, luego, sin falsas modestias, el talento ayuda algo, claro, pero eso lo dicen los demás, jajaja….Aunque me parece que no voy mal encaminado, ¿no?


(Jacobo Dicenta en El Buscón, montaje teatral dirigido por Daniel Pérez)

Lo cierto es que, más allá de su apellido, Jacobo ha sabido ganarse su prestigio, deslumbrando por la enorme facilidad con que dice el verso, haciendo gala de una versatilidad inagotable, entregándose a cada trabajo con pasión y sin titubeos, explorando continuamente su amplia paleta de emociones. Y, así, en plena madurez creativa, afila las aristas de que Ibsen dotó al juez Brack para resultar amenazador y al mismo tiempo fascinante, huyendo del estereotipo al que en tantas ocasiones se ha reducido al dramaturgo noruego.


R.- En el triángulo que podemos establecer entre Ibsen, Eduardo Vasco y un servidor está el empeño de que se vea el lado humano del juez, en el sentido de que resulte creíble, porque esas réplicas lapidarias, su tono socarrón, todo eso ya está en el texto: recordemos el primer encuentro a solas entre él y Hedda, él anhela haber podido ser testigo del baño que ella se ha dado, “¿no hay una rendija a través de la cual se pueda conversar?” le dice, “fue usted el que reformó la casa, señor juez, y se le olvidó ponerla”, “¡qué tontería!”. Hay un juego pícaro que se ha marcado desde dirección, pero sin hacerlo muy evidente para no caer en lo grotesco y que no pierda ese carácter de juego de seducción; esa inocencia aparente que tiene mucha carga oculta hay que servirla así y desde el primer momento pero sin pasarse porque, de otro modo, no se podría llegar a ese final que, sin desvelar nada que no se deba, podemos calificar como realmente sucio, es el momento en que el personaje deja ver a las claras lo peligroso que es, pudiendo caer en lo baboso sin recato…


P.- Es un personaje con muchas capas, sin duda…


R.- Tiene un arco muy grande que desarrollar y, precisamente, las muchas aristas del personaje hacen que esto sea muy interesante, no sólo para el público, sino para el actor, ya que hay la posibilidad de ir añadiendo función tras función: hemos terminado el proceso de ensayos, pero no el proceso creativo porque siguen surgiendo matices, porque van sucediendo cosas en escena cada día y esto va creciendo, nosotros sentimos vivos a los personajes y el espectador se interesa porque se sorprende, porque lo experimenta según se desarrolla la función. Además, yo creo que en realidad el juez tampoco sabe lo que quiere, no está todo tan claro: es un viva la virgen, detesta el matrimonio, no quiere nada estable, rehúye comodidades y ataduras, pero si fuese capaz de prever cómo van a sucederse los acontecimientos tal vez echaría el freno; eso es lo más estimulante en este caso: el personaje tampoco lo sabe todo.


(De izq a dcha: Jacobo Dicenta, Cayetana Guillén Cuervo y Ernesto Arias en Hedda Gabler)


P.- Establece un juego con Hedda que llega a ser despiadado porque no todas las reglas están escritas y, como dices, el juez descubrirá cosas que no le gustan…


R.- Hay una atracción muy clara por parte del juez hacia Hedda que se ha ido fraguando a lo largo del tiempo y en el momento en que comienza la función se está volviendo más animal, más salvaje, sin querer ni poder evitarla. Y con ella se propicia el juego entre dos personas muy inteligentes, son dos mentes brutales que establecen una lucha para comprobar quién es más ingenioso, más sibilino, es un juego de atracción y poder que a Hedda le estalla en las manos, se le vuelve en su contra: el juez, aparentemente, quiere entenderla, quiere saber qué le pasa, por qué está tan desencantada, por qué está dónde está si no le apetece, si no le gusta, pero es información que él se guarda para utilizarla a su favor y creo que eso es lo que él hace con todos los ciudadanos, por eso organiza esas fiestas que acaban en bacanales en las que estoy convencido que el juez no se toma más que copa y media como mucho, mientras que los demás se echan a perder y él puede utilizar los defectos de los otros en su beneficio.


P.- Y el público no siente simpatía por ninguno de ellos…


R.- Desde el espectáculo hay un intento de que el personaje de Hedda produzca empatía, que sea entendido por el público; no en vano, es una mujer insatisfecha, cobarde, que ha optado por ese matrimonio tan convencional cuando le gustaría otro tipo de vida con más riesgo: ella querría ser una mujer independiente y valiente, incluso solitaria en el sentido de no necesitar un hombre, no depender de él, pero vive en la época en que vive y está abocada a terminar de esa manera, lo que le produce una insatisfacción tremenda. Pero Ibsen lo lleva a unos extremos que podemos no terminar de comprender porque hay que contextualizar el texto, conocer la época, saber que nosotros somos muy mediterráneos y aquello es Noruega, son gentes que a la una de la tarde ya no tienen sol, que viven casi permanentemente de noche, que se encierran en sus casas a dejar pasar el tiempo, es una sociedad muy gris y triste. No hemos pensado en si los personajes caerán simpáticos o antipáticos, si serán entendidos o rechazados, pero sí hemos tenido muy claro que a Hedda había que dejarla explicarse y por eso, al margen del trabajo de Cayetana, todos los demás también construimos el personaje: es como una isla rodeada de tiburones. ¿Caer bien? En los ensayos no nos lo planteamos, la verdad. Yo comprendo que el público pensará que hay que ver cómo se las gasta el juez, les parecerá un gran hijo de tal, pero yo he buscado las motivaciones, las tengo claras y muy justificadas de por qué actúa de ese modo.


(De izq a dcha: Cayetana Guillén Cuervo, Jacobo Dicenta y Ernesto Arias en Hedda Gabler)


Eduardo Vasco ha permitido que sea el propio texto el que se explique, ha rehuido las tentaciones autorales, deja al público libertad de opinión, presenta un espectáculo que acepta diferentes interpretaciones, potencia la polisemia que imprime un autor que en ocasiones sólo sugiere, muestra la punta del iceberg, da mucha importancia a lo que no se narra, a lo que podemos intuir o imaginar. Con un manejo muy preciso de los silencios, sin estridencias ni desvirtuaciones, confiando en la enorme naturalidad que derrocha el elenco, gracias a una escenografía desnuda pero enormemente efectiva de Carolina González que agobia e inquieta al espectador desde el momento en que entra en el patio de butacas, el director ofrece una Hedda Gabler que no acusa el paso del tiempo.


R.- Es una escenografía muy desnuda, muy fría, con esos paneles negros y enormes, fue una sorpresa porque las acotaciones de Ibsen indican que se sientan en el sofá y al empezar nos dice Eduardo que no tendremos nada alrededor, ¡que no podré sentarme con lo que he hecho de saltimbanqui otras veces, jajajaa!… Al margen de esta broma, lo cierto es que Eduardo vacía el escenario de cualquier cosa que pueda molestar al espectador y también a los actores, opta por un espacio desnudo en el que sólo encontramos cuatro sillas y un piano, el piano de Hedda, es imposible prescindir de él; se ha creado un espacio opresivo y opresor, muy incómodo, yo creo que está diseñado para expresar esa incomodidad de Hedda, para que no encuentre su sitio, para que se agobie con su marido, con la tía Julia que vendrá todos los días, es un espacio que en teoría es el de sus sueños pero que se le muestra hostil . Para trabajar es fantástico, resulta muy divertido ya que tiene pocos puntos de anclaje y hay que irlos buscando; Eduardo nos ha ayudado mucho, ha permitido que todo fluya y salga natural, no porque esté marcado de antemano, se han dado muchas indicaciones, muchas sugerencias, pero no órdenes estrictas: se crean unas distancias que abundan en el conflicto, porque cuando lo lógico tal vez sería que estuviésemos hablando cara a cara, cuanto más serio se pone el asunto más nos aleja el director y puedo deciros que en escena tengo la sensación de que entre nosotros hay verdaderamente un abismo al que podrías caer con sólo dar un pequeño paso, por eso hay veces que me parece que Cayetana flota cuando se me acerca y creo que ese distanciamiento físico ayuda a que el drama se enriquezca.


(Jacobo Dicenta, primero a la dcha fila delantera, junto al resto del reparto de la serie de tve Isabel)


P.- Más allá de tu padre, ¿cuáles son tus referentes interpretativos?


R.- Sin duda, el más claro es Pepe Sacristán: decidí ser actor sin posibilidad de vuelta atrás tras verle en Las guerras de nuestros antepasados en el Bellas Artes. Cuando se lo dije a mi madre, empezamos a movernos y conseguimos que Tamayo me hiciese una prueba, precisamente en ese mismo escenario, apenas unos días después… ¡O sea, Sacristán es mi referente, sí o sí!


Y se marcha hacia el teatro tan contento como siempre (“Ahora que tengo una pequeña de ocho meses ya no lo pienso tanto, pero hasta ese momento no se me ocurría un sitio mejor para estar que sobre las tablas, es como mi casa, lo siento como algo natural”), este actor de vieja escuela que, por encima de todo, ha heredado el amor y respeto por el noble arte de la interpretación.


Óscar López, Pablo Vilaboy



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