top of page

FERNANDO CAYO: Artesano del oficio


El actor vallisoletano es uno de las más dúctiles y mejor preparados que pueden disfrutarse en la actualidad sobre las tablas: rostro habitual en producciones televisivas y cinematográficas, es en el teatro donde desarrolla su mayor actividad y donde despliega una multiplicidad de registros apabullante, fruto de su constante trabajo, de sus variadas inquietudes, de su permanente aprendizaje, de su esfuerzo y entrega a una profesión que ama hasta sus últimas consecuencias.


Mientras ultima detalles relativos al primer cortometraje que dirigirá en solitario (Segovia Mon Amour; anteriormente se había puesto detrás de las cámaras compartiendo las tareas con Bogdan Toma en Mi vida es el cine), se encuentra inmerso en los ensayos de El príncipe, adaptación de la obra de Maquiavelo a cargo de Juan Carlos Rubio que verá la luz en el festival Clásicos en Alcalá, prepara un taller de acercamiento a la máscara que impartirá en la sala Tribueñe en el próximo mes de mayo, tiene tres películas pendientes de estreno y algunos proyectos más. Sobre todo ello y algunas cosas más, Fernando Cayo habla en esta entrevista con la calidez, cercanía y honestidad que le caracterizan.


PREGUNTA.- Eres un actor que ha conseguido una permanencia casi constante en la cartelera y tu nombre se asocia a proyectos interesantes, que suelen gozar del favor del público y del beneplácito de la crítica…


RESPUESTA.- Siempre he contemplado mi oficio como una carrera de fondo, y ese ha sido el consejo que más me han dado los mayores con los que me he ido encontrando a lo largo de los años. Además, he visto mucha gente a mi alrededor que daba un pelotazo pero desaparecía en poco tiempo… Pero me gusta tanto esta profesión, la disfruto tanto, que hago todo lo posible por mantenerme, por estar en forma artísticamente hablando para que el momento se prolongue y poder seguir aportando a los proyectos en los que me involucro.


P.- ¿Se te puede considerar un privilegiado? No es que no te lo hayas ganado, me refiero al hecho de que se diría que puedes seleccionar trabajos y decidir qué interpretas y qué no…


R.- Sí, es cierto que, al menos poniendo algunas comillas, puedo elegir, tengo cierta capacidad de maniobra y, por lo tanto, he intentado, sobre todo en los últimos años, aceptar sólo aquellos proyectos que me hiciesen crecer en lo personal y en lo artístico, que me enriqueciesen, que fuesen un reto, poder aprender con los directores, compartir con compañeros con los que me apeteciese estar, de los que poder aprender.


(Fernando Cayo en la serie de tv Alatriste)


P.- Esa es tu mayor baza, te has ganado tu posición a costa de seguir aprendiendo: cuando no estás trabajando como actor, e incluso alternándolo con rodajes o funciones, sigues siendo alumno…


R.- Siempre me he planteado que quería seguir formándome, disfruto con esto y no quiero perder la curiosidad que me produce. Cuando empecé en la Escuela de Arte Dramático de Valladolid tuve la suerte de tener profesores como Carlos Vides y Alfonso Romera, los que me pusieron en contacto con la técnica Grotowski y por encima de todo me enseñaron a aprender. Por eso, últimamente he hecho canto con Ángel Ruiz, he estado trabajando las peleas con Justo Díez, aprendiendo esgrima y asuntos de biomecánica, también danza contemporánea con Beatriz Palenzuela… Nada lo vivo como un esfuerzo porque todo es un placer como, por ejemplo, topar con Vicente Fuentes que me ha enseñado tanto sobre la prosodia, la palabra, la voz…


Muchos empezamos a ponerle a cara y a fijarnos en su aparente facilidad interpretativa gracias a la serie Manos a la obra y pronto empezó a escapar de cualquier encasillamiento posible gracias a sus interpretaciones en teatro, a su participación en películas como El Lobo, Guerreros o Concursante con apariciones más o menos breves pero de las que se graban en la memoria, con su protagonismo en una de las películas más taquilleras del cine español, El orfanato, con la sobriedad y presencia que aporta a cada cometido, llegando incluso a trabajar con Ridley Scott en El consejero.


(Belén Rueda y Fernando Cayo en El orfanato (2007) de J.A. Bayona)


R.- Cuando llegué a Manos a la obra llevaba unos siete años haciendo espectáculos de humor en bares, también cabaret y teatro de calle, trabajaba con Ángel Gutiérrez en su Teatro de Cámara, montaba por mi cuenta espectáculos de Comedia del Arte… Aprendí muchísimo y creo que esa formación es la que te da libertad para elegir, como hablábamos antes, porque puedes hacer cualquier tipo de formato, teatro clásico o contemporáneo, cine o televisión, así puedo transitar de una técnica a otra y, además, no aburrirme.


(Fernando Cayo en 23F, la película (2011), dirigida por Chema de la Peña)


P.- Ni fatigar al espectador que, como mayor elogio, puede decir que no te reconoce, aunque pueda parecer un arma de dos filos…


R.- Me halaga que haya quien no me reconozca y no sepa que soy, por ejemplo, aquel Segismundo de La vida es sueño, quiero ser un actor que no se repite, que parece personas diferentes, que sigue buscando, trascender lo más posible de sí mismo, aunque el cuerpo y la voz sean iguales, son los que son, pero se pueden moldear, alterar, usarlos como herramientas para construir un trabajo distinto al anterior.


(Fernando Cayo en Rinoceronte montaje teatral dirigido por Ernesto Caballero)


En ese sentido, aún se oyen los ecos que aplaudieron su prodigiosa interpretación en Rinoceronte, la obra de Ionesco dirigida por Ernesto Caballero en la que Fernando se transformaba literalmente en animal ante los ojos de los espectadores con una caracterización bastante minimalista, usando su cuerpo y su voz para hacer creíble la metamorfosis.


R.- Durante muchos años he practicado diferentes técnicas de trabajo gestual y he ido cogiendo cosas de aquí y de allá y las he ido introduciendo en mi forma de interpretar. Como están integradas, ya no me suponen un esfuerzo tan grande como antes, se trata de ir buscando, y así fue cómo un buen día salió ese sonido que tanto llamaba la atención, usando la banda ventricular para que la voz reverberase de esa manera. Fui poco a poco rumiando esa escena de más de veinte minutos, iba probando cosas en el garaje de casa mientras mi hija alucinaba, y cuando llegó la primera lectura ya estaba el boceto que, con la ayuda de Ernesto se fue perfilando y ajustando: no era una interpretación naturalista de cómo es un rinoceronte, claro, aunque vi muchos vídeos porque me gusta cocinar las cosas poco a poco, lentamente, trabajando por capas… Lo más complicado fue mantener un tono físico y aeróbico para resistirlo y siempre seguir buscando matices, hurgando en las emociones, no mecanizarlo. Pero era un placer real, tiene que haberlo para poder darlo todo en escena, y adentrarse de una manera tan salvaje en el mundo de lo animal, de lo atávico, era muy divertido y servía para descargar traumas, frustraciones, rabias, lo que sea, uno se libera mucho, jajaja.


(de izq a dcha: Albeto Jiménez, Fernando Cayo y Pablo Rivero en La caída de los dioses, montaje teatral dirigido por T. Pandur)


P.- Y los proyectos se te acumulan o al menos puede dar esa impresión viendo tu actividad y, como decíamos, proyectos que te apetecen, que te motivan…


R.- Nunca sabes cómo va a salir lo que te ofrecen, surgen dudas incluso durante el proyecto, hay crisis creativas, te planteas sí o no, pero en parte tengo la fortuna de que no tengo que buscar porque van viniendo solos: así, por ejemplo, cuando Juan Carlos Rubio me llamó para lo de El príncipe, porque encima tenía ganas de trabajar con él, ya que me había hecho algunas propuestas y por otros compromisos no se pudieron concretar. Soy kamikaze, sí, me lanzo, pero en ocasiones son sólo apuestas relativas porque no suponen tirarte al vacío, al menos no al 100%, hay un seguro, una red.


(Fernando Cayo en Los hijos de Kennedy, montaje teatral dirigido por J.M. Pou)


P.- Y siempre el teatro como primer objetivo, ese en crisis permanente, ese superviviente…


R.- Aunque se ha dicho muchas veces, no conviene olvidar que el teatro no se puede piratear, ocurre en tiempo real, se comparte energía con lo que sucede en escena, y es cierto que el público responde y es muy fiel, que suele acudir, pero habría que hacer hincapié en que es el teatro independiente el que sufre mucho por la desidia de las administraciones y por el infame IVA, esa lacra que hace daño al teatro pequeño de provincias, que incluso lo condena y hace desaparecer y es de su existencia de la que se más alimenta ese público que responde, que llena las salas, que demuestra que el teatro es necesario.


(Fernando Cayo y Roberto Álamo en De ratones y hombres, montaje teatral dirigido por Miguel del Arco)

Y al teatro regresará una vez más Fernando Cayo, al margen de ir paseando y presentando El príncipe en diferentes plazas y festivales, cuando el próximo otoño se involucre como coproductor junto a Concha Busto en Páncreas, una obra de Patxo Tellería que se traduce al castellano (escrita originalmente en euskera) y que dirigirá Ernesto Caballero. Fernando compartirá las tablas con Santiago Ramos y José Luis García Pérez “en una obra contemporánea escrita en verso, otra de esas locuras, jajaja”. Y, por encima de todo, se le ve feliz con lo que hace.


Óscar López

Follow Us
  • Twitter Basic Black
  • Facebook Basic Black
  • Google+ Basic Black
Recent Posts
bottom of page