MARTA FDEZ-MURO: La cómica sutil
Maestra del saber decir, poseedora de un carisma arrebatador, actriz enormemente natural capaz de convertir una sola palabra en toda una experiencia inolvidable, intérprete sabia que extrae matices insospechados a un mohín, a un silencio, a un mutis, Marta Fernández-Muro pertenece a esa raza de grandes cómicos (dicho en toda la extensión de la palabra, sin referirnos a un solo género) que durante tanto tiempo ha iluminado la escena española, dotándola de calidad y calidez.
Hasta el próximo 22 de marzo, se subirá a las tablas del teatro de La Latina para dar vida a Filipa, la criada de la protagonista de El eunuco, versión libre del clásico de Terencio en clave de vodevil arrevistado, espectáculo exitoso del último Festival de Mérida que está revalidando las mieles del triunfo en Madrid y al que espera una larga gira “de esas en las que a veces no te da tiempo ni a deshacer la maleta porque vas de una plaza a otra sin solución de continuidad”.
Marta Fernández-Muro nunca hurta una sonrisa, siempre recibe y acoge desplegando todo su encanto, hablando con sencillez, contando, narrando, explayándose sin tapujos, tan cercana y divertida como transmite en sus personajes, con esa facilidad para ser (porque es de esas intérpretes a las que no se les nota el truco: se adueña del rol encomendado y le dota de una veracidad extrema) que motiva que haya quien minusvalore o no ponga en valor sus inmensas facultades, su constante preparación, su gusto y mimo a la hora de encarnar las criaturas que le caen en suerte (o las que tienen la fortuna de que sea ella la encargada de transmitirlas).
PREGUNTA.- Las 15.000 localidades para las representaciones en Mérida se agotaron antes del estreno, el público lo recomienda con fervor, hay mucha expectación, ¿qué tiene El eunuco?
RESPUESTA.- ¡Ahí está la cosa: en lo que se supone que tiene, jajaja! Es una obra muy divertida, con ese toque de revista que le da mucho ritmo y añade picardía, es para pasar el rato, son dos horas de disfrute, no hay que pensar en nada. Bueno, en todo caso, se puede pensar en lo importante que es el amor, que lo hay de muchas formas y colores, que es de lo más diverso y que se trata de vivirlo.
(de izq a dcha: Marta Fdez-Muro, Anabel Alonso y María Ordóñez en El eunuco)
P.- Sois nueve actores de muy diversa procedencia y con estilos muy distintos, pero habéis conseguido armonizaros a la perfección…
R.- La clave está en que es un reparto bien escogido, tenemos casi todos muchas horas de vuelo, es como una orquesta: coges el ritmo y te adaptas. Sí, es verdad que cada uno veníamos de nuestra casa, pero entendimos el código a la primera, Mérida marca que se haga así como a lo grande, además no conviene olvidar que es como una revista y hay que recuperar esa frescura y velocidad. ¡Mirad cómo es Anabel [Alonso] cuando baja a la platea y se pone el mundo por montera! Yo la admiro mucho, la verdad, es brutal…Ese hueco generacional que había quedado después de Lina, Camoiras, Garisa, toda esa gente que yo tanto admiraba, en parte creo que lo hemos llenado con este espectáculo: un teatro externo, en que no hay que plantearse nada más que hacerlo, retomamos esa forma de actuar.
P.- Espectáculos y actores que, por cierto, triunfaban en La Latina, por ejemplo…
R.- ¡Sí, es cierto! Aún me recuerdo riendo como una loca con Vaya par de gemelas y esa Lina Morgan insuperable e inimitable… Yo siempre he sido de verlo todo, por eso me dice Anabel que soy muy “trupera”, jajaja; el caso es que yo veía a la Morgan y luego un Shakespeare, y es algo que sigo haciendo: todo tiene su valor, si está bien hecho, no hay ningún problema. Y la prueba es que seguimos riéndonos de lo mismo, de lo de siempre, los equívocos, referencias al sexo; se ha menospreciado mucho el teatro que se hacía en el franquismo, pero es injusto porque, en primer lugar, había que sobrevivir y no se puede olvidar que teníamos unos actores inmensos, un plantel muy importante. ¡Cómo era Rafaela Aparicio: naturalidad, verdad, un carisma brutal! Pensad en Mary Carillo, en la Ponte, esas actrices irrepetibles…
R.- Volviendo a El eunuco, ¿habéis tenido que hacer muchos cambios al abandonar Mérida?
P.- En realidad, sólo en cuanto a las entradas a escena y algunos pequeños ajustes que dependerán de cómo sea el teatro al que vayamos, pero el director [Pep Anton Gómez, autor de la adaptación junto a Jordi Sánchez] lo tenía bastante claro desde el principio y, en lo que se refiere estrictamente a la interpretación, el hecho de tener que llevar micrófono por lo de las canciones ayudó a que el tono pudiera ser poco rimbombante; además, es un director muy pendiente que no permite que nos desboquemos, revisa la función, está vigilante para que no nos desvirtuemos.
(izq a dcha: Antonio Pagudo, Marta Fdez-Muro, Anabel Alonso, Jorge Calvo, María Ordóñez, Jordi Vidal, Alejo Sauras, Eduardo Mayo y Pepón Nieto en El eunuco)
P.- ¿Podrías definir a tus compañeros con un adjetivo o con pocas palabras?
R.- Anabel es la profesionalidad, Pepón [Nieto] es la comicidad, es todo un cómico al estilo clásico, María Ordóñez es el deseo y la energía, Alejo [Sauras] es la novedad y la belleza, claro, jajaja, y también las ganas que le pone, Antonio Pagudo es un tanto inclasificable porque es insaciable, inagotable, muy creativo porque trabajó con Yllana, un gran trabajador, Jordi Vidal es un cantante excelente y un magnífico actor, para Jorge Calvo me faltan adjetivos porque es un actor de raza, me faltan adjetivos, Eduardo Mayo acepta un papel pequeño pero sabe exprimirlo porque se defiende muy bien en lo físico, en el baile, está muy preparado.
Los ojos de Marta no dejan de brillar, son curiosos y atentos, transmiten interés por el interlocutor, jamás pierden ese toque de candor e inocencia que la actriz imprime a sus personajes, un talante que agudiza en la intimidad, en la conversación serena que no deja de fluir. No en vano estamos frente a una actriz de largo recorrido, testigo directo y partícipe del cine de la transición, poseedora de una carrera iniciada a finales de los años 70 en la que ha alternado cine, teatro y televisión.
(Marta Fdez-Muro y Eusebio Poncela en Arrebato (1979) de Iván Zulueta)
P.- ¿Cuándo y cómo pensaste que querías ser actriz?
R.- No lo sé muy bien, fue algo que nació en mí porque desde pequeña me gustaba mucho el cine, que era a lo que se tenía más acceso entonces, sobre todo en verano, en la plaza, no había distinción de edades: llegabas con tu silla y para dentro, veías de todo. En mi casa era algo que no se contemplaba, no estaba ni bien ni mal visto, simplemente era algo tan extraño como que hubiese dicho que quería ser astronauta y me iba a Marte, pero decidí ser actriz, jajaja.
P.- ¿Quiénes fueron o son tus referentes interpretativos?
R.- He tenido la suerte de poder ver en escena a las Gutiérrez Caba, a la Ponte, a Alicia Hermida, a Mary Carrillo, a la Velasco, claro, he visto a muchas en su plenitud, no sé, a Gemma Cuervo, la Penella, la Merlo,… Por el enorme oficio y el saber estar, he sido admiradora de Irene y Julia, pero mi favorita siempre fue la Carrillo, me volvía muy loca con ese no sé qué que tenía, me encantaba… También las de mi época, por supuesto, sobre todo Victoria Abril, que no sé por qué ahora no hace nada o al menos en España apenas…
(Marta Fdez-Muro en Laberinto de pasiones (1982) de Pedro Almodóvar)
P.- ¿Cuál es el trabajo que más recuerdas?
R.- No puedo olvidar Laberinto de pasiones de Almodóvar, aún me recuerdan por ello, causé mucho impacto, no sé si porque no había ese tipo de actriz ni ese tipo de cine, el caso es que fue una sorpresa en todos los sentidos; también Arrebato, claro, aunque más por la película que por mi trabajo. En teatro me encantó hacer La abeja reina, por ejemplo, o La Celestina con Nuria Espert y Robert Lepage, un personaje con comicidad pero con mucho de dolor, era muy melancólico. ¿Quién teme a Virginia Woolf? lo recuerdo con amargura, en el sentido de que Marsillach ya estaba muy enfermo y fue a peor durante la larga gira que tuvimos, que además nos vimos obligados a interrumpir: fue un proceso doloroso y una experiencia muy dura que, aunque lo abordé con ilusión, se me tiñe de todo eso.
(Marta Fdez-Muro y Antonio Banderas en La ley del deseo (1987) de Pedro Almodóvar)
Al evocar este estupendo montaje que la reunió con Nuria Espert y Adolfo Marisllach, surge el espinoso asunto del encasillamiento (tanto por parte del público como de la profesión) puesto que Marta hubiese debido ganar todos los premios por su interpretación (“nunca me han dado ninguno, ya ves”) y haber podido encarar otro tipo de personajes al demostrar en la manera en que asumió el rol creado por Edward Albee su amplia paleta de matices y recursos (“Aquí haces bien una cosa y ya no piensan en ti para otra: hay quien tiene suerte como Pajares con ¡Ay, Carmela!, sobre todo Sacristán, Landa y algunos otros que pudieron evolucionar sin renegar de su pasado… Ahora ya lo acepto y no quiero pelearme conmigo misma ni con los demás, ¿qué más da?”).
(izq a dcha: Juan Díaz, Alba Alonso, Marta Fdez-Muro, Verónica Forqué y Miguel A. Rellán en La abeja reina)
P.- A estas alturas del partido, ¿qué balance haces de lo vivido en el oficio?
R.- Hay días que estoy muy desilusionada, no lo voy a negar, y digo que en cuanto pueda me jubilo, se me han quitado las ganas de luchar, ya no veo hacia dónde, me veo mayor, no comprendo este mundo del todo. Pero si de niña me hubiesen dicho que iba a llegar hasta aquí me hubiese parecido imposible, porque yo era muy tímida, ya digo que en mi familia no se contemplaba lo de hacer teatro, era muy de colegio de monjas y tal, pero veo que ha sido un camino muy largo y un tanto increíble. Luego pienso en oportunidades que he tenido y se me han escapado o no he sabido aprovecharlas, y creo que algo he hecho mal: hay que tener ciertas aptitudes de las que yo he carecido, hay que tener ambiciones muy claras y yo no he sabido, soy más bien cobarde, y he tenido suerte pero me ha faltado ser peleona, tener una mirada más objetiva sobre las cosas, saber aferrarme a lo que me convenía, tendría que haber olfateado mejor pero he sido muy anárquica, muy libre, me guiaba por lo que me apetecía o no me apetecía… ¡No se puede nacer completa! Siempre he tenido vocación pero no he puesto todos los huevos en la misma canasta porque en lugar de irme de gira me marchaba a Ibiza, con los amigos, con 5.000 pesetas, porque necesitaba el mar y el aire libre… ¡Esto cuando era hippie, luego ya no!
(Marta Fdez-Muro en Amar en tiempos revueltos)
P.- ¿Y cómo sales a escena con todo este peso?
R.- A escena sigo saliendo con vergüenza torera, no se puede estar mal, te la estás jugando y te debes al público, a los compañeros y quiero hacerlo bien. Para darte igual ocho que ochenta te quedas en casa, entonces no hay dudas, pero mientras continúas lo haces con dignidad y con gusto: puede que estés en el camerino apática pero en cuanto pisas las tablas y todo el mundo te mira, una echa para delante, es la profesión, y disfrutas el momento como siempre.
(Marta Fdez-Muro, la novena empezando por la izq, con el elenco de La Comunidad (2000) de Álex de la Iglesia)
P.- Y el público que, aunque puede ser ingrato y es variable, en general te quiere y aprecia. ¿Cuál es el piropo que nunca olvidas y el más divertido o sorprendente que te han hecho?
R.- En el estreno de Volver a empezar, Paco Rabal me dijo “anda, pensé que eras una telefonista de verdad y no una actriz” y así me llamó siempre “la telefonista”… ¡qué bonito! Y el otro día me paró una señora al salir del teatro y me dijo que había estado muy bien y que lo bordaba aunque en la serie le encantaba porque me veía todas las tardes… me confundió con Anabel que ahora sale en Amar es para siempre. Lo que me han dicho muchas veces y llevo muy mal, aunque comprendo que lo dicen como elogio, es lo “es usted más guapa que en la tele”… ¡Ya me diréis, si vivo de mi cara, jajaja!
(Marta Fdez-Muro firmando ejemplares de su libro Niñas malas)
Pero Marta no deja de trabajar porque piensa en proyectos, en ideas, es una lectora empedernida que busca y rebusca posibles textos (“me encantaría poder hacer la hija de Buenas noches, madre: creo que tiene una edad indeterminada, ¿no?”) y también escribe (ha publicado dos libros de relatos -Niñas malas y Azogadas-, y representó Un pasado en venta, monólogo propio), de hecho tiene una obra de teatro terminada: “Se la he pasado a un director para que me ayude a reorientarla, a darle una vuelta, porque algunas cosas no terminan de convencerme y confío en que otra mirada me aporte y le dé movimiento, porque le falta una cierta inquietud o maldad, “¿qué traman estas dos?”, eso quiero que piense el público”. A buen seguro, si el proyecto llega a puerto, será un nuevo motivo para seguir rindiéndole admiración y amor eternos.
Óscar López, Pablo Vilaboy
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