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AMPARO BARÓ: Me debes un beso


(Amparo Baró)

Cuando leímos que el Teatro Español iba a albergar en enero de 2015 la reposición del con toda justicia considerado mítico montaje de Agosto de Tracy Letts que puso en pie el CDN en 2011, tuvimos muy claro que repetiríamos la inolvidable experiencia de gozar con el magisterio de Amparo Baró sobre las tablas; hace poco más de veinticuatro horas, precisamente programando una próxima visita a ese coliseo para dejarnos llevar por la magia de Los cuentos de la peste que Mario Vargas Llosa ha escrito con el Decamerón de Boccaccio como inspiración, eché de menos ese título y le pregunté a Pablo si la fecha prevista era otra. Por desgracia, pocas horas después íbamos a tener la respuesta: la actriz principal, la necesaria, la imprescindible para que la función resultase lo que resultó (un acontecimiento, una sensación, un hito, un gozo) se despedía de este mundo para buscar su hueco en ese mágico Olimpo donde los excelsos en cualquiera de las artes siguen creando y desarrollándose, inmortales en las pupilas, los corazones, las satisfacciones de tantos espectadores.


(izq a dcha: Carmen Machi, Amparo Baró en Agosto)


Los aficionados al teatro, los amantes del mundo del espectáculo jamás daremos las suficientes gracias a un señor como Gerardo Vera que persiguió, provocó, convenció a Amparo Baró para que regresase a las tablas y ajustase las costuras al espléndido traje diseñado por Tracy Letts, se imbuyese de la compleja personalidad de Violet Weston, afilase todas sus aristas, se mostrase como un perverso escorpión agazapado a la espera del momento perfecto para infligir el mayor daño posible, un abanico de emociones y tonos que sólo alguien de la grandeza de la Baró podía regalar como si no le costase, transformándose en una gigante, poseedora de una sombra oscura, opresora y atenazadora, matriarca castradora y cruel, encogiéndose más allá del dolor, de la derrota, de la humillación cuando el texto así lo requería (en otros lugares se ha optado por una versión tendente a la alta comedia, rebajando en algunos grados la claustrofobia, la atmósfera enrarecida, el hormiguero humano que es esa casa en la que parecen estar taponadas todas las salidas –incluso Meryl Streep, quien hizo justicia al personaje en una meritoria y vibrante adaptación cinematográfica, pedía que Agosto compitiese como comedia, influida por ese prejuicio que parece tener de un tiempo a esta parte hacia cualquier cosa que suene a drama (“La gente quiere divertirse” es la excusa para trivializar grandes tragedias)-; por fortuna, Gerardo Vera conservó las esencias de una obra galardonada con el Pulitzer y, de este modo, sin saberlo, le/nos ofreció el mejor testamento teatral que una actriz y sus admiradores podíamos soñar –aunque el jurado (¡Ese jurado!) del Valle Inclán prefiriese mirar hacia otro lado (la impresionante Carmen Machi de Juicio a una zorra, quien a buen seguro tendrá más oportunidades para llevarse a casa este premio que, como cualquiera en esa temporada, llevaba escrito el nombre de su compañera de televisión, con la que también compartía escena en Agosto)-.


(izq a dcha: Maribel Verdú, Amparo Baró en Siete mesas de billar francés (2007))

No hubo demasiadas oportunidades de vibrar con Amparo sobre las tablas, ya que cuando uno empezó a ser espectador asiduo de teatro ella comenzó a dosificarse (no diremos que dejaron de llamarla por no hurgar en la herida, al menos pudo hacerse tremendamente popular entre un público que ignoraba su trayectoria gracias a Siete vidas (1999-2006) y otras participaciones en la pequeña pantalla e incluso recibió un Goya por su demasiado breve pero esplendorosa aparición en Siete mesas de billar francés (2007) de Gracia Querejeta, tras haber sido durante años una de las habituales en el cine -y la televisión- de Jaime de Armiñán), pero me dio tiempo a disfrutarla junto a una no menos estupenda Ángeles Martín en esa joyita de David Hare conocida como La opinión de Amy y a pasar una magnífica tarde con ella y el resto del reparto que puso en pie Destino Broadway de Neil Simon (en ambas ocasiones fue dirigida por Ángel García Moreno). Y fue este último montaje el que posibilitó que la conociese y pudiese charlar un rato con ella en su camerino del teatro Fígaro (en algún lugar debo guardar una instantánea del momento): en realidad, fuimos a hacer un reportaje destinado a las revistas del corazón (de aquel momento -1996-) puesto que uno de los protagonistas era Miguel Molina y mi tarea era la de disimular, que no se notase el objetivo, no tratar a los demás como prescindibles (además de Amparo, Pedro Civera, Isabel Mestres y Miguel Hermoso), hacer unas entrevistas centradas en lo profesional mientras que mi compañera Zoila se las veía con su amigo Miki para lograr algún titular que hiciese atractivo el texto final, extraer otro material que reforzase el personaje que interesaba al colorín, guardar algo para ofrecer más adelante (aunque eran años en que el interés por lo meramente cultural empezaba a menguar e iban emergiendo esos “fenómenos” que llenan páginas y programas de televisión durante unas cuantas semanas).


(izq a dcha: Blanca Portillo, Amparo Baró, Anabel Alonso, Carmen Machi en Siete vidas (1999-2006))


Asumí encantado el cometido (que Zoila me envidiaba porque ella también ama el teatro –pero en esta profesión no siempre toca lo divertido (aunque vimos juntos el espectáculo unos días antes –algo es algo-)-), especialmente en lo que se refería a poder conversar con Amparo Baró, uno de esos rostros, uno de esos nombres, una de esas intérpretes conocidas desde siempre, una actriz fácil de querer y admirar gracias a TVE, esa pequeña pero enorme mujer que apareció en el vestíbulo del teatro un tanto agitada y a buen paso (el fotógrafo estaba preparando las luces, habíamos llegado hacía unos minutos y aún no era la hora a la que se había convocado al elenco), con la sensación de llegar tarde, viniendo derecha hacia mí (como estaba hablando con el gerente, tuvo muy claro que yo tenía que ser uno de los periodistas) y espetándome “¿No os ha pillado un atasco horroroso que hay en la plaza?”, “Es que nosotros hemos venido por el otro lado para dejar el coche en el parking, pero no pasa nada porque vamos fenomenal de tiempo”, “Ya, ya, pero no sabes qué horror, ¡una de coches que ni te cuento! Vamos, que le he dicho al taxista que me bajaba ahí mismo y venía andando”, “Fenomenal, pero no te preocupes porque dijimos a las seis y aún faltan unos minutos”, “Es que no me gusta tener a nadie esperando y con lo del tráfico no hay manera”, y ya no pude resistirme más y le dije “Vale, pero, ¿no me vas a dar un beso?”, echándose a reír, abriendo los brazos, sin dudarlo, “Claro, hombre, ¡y hasta dos!”. ¡Ay, Amparo, en contra de lo que decía Jardiel Poncela (al que tú representaste con el tronío que te caracterizaba), ese ósculo sí ha dejado huella en mi alma (y muchas ganas de haber podido repetir)!


Óscar López


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