top of page

LOS MEJORES AÑOS DE MISS BRODIE


(Maggie Smith)


Pocas profesiones han sido tan bien capitalizadas en el cine como la de profesor. Contemplada a través del cristal de la crítica más severa o rodeada del hálito romántico de un idealismo cuasi-heróico, el papel de educador ha figurado siempre entre las ocupaciones mejor aprovechadas en las ficciones vertidas sobre la gran pantalla. Esa delgadísima línea que separa la tiranía de la constructiva tutela de un mentor que puede inclinar la balanza de los sentimientos del alumnado hacia una admiración sin paliativos o hacer que la quebradiza relación profesor-alumno derive en una guerra sin cuartel en pos del afianzamiento por parte del primero o el derrocamiento por parte del segundo del orden jerárquico que la sustenta ofrece un vasto y muy particular territorio de conflictos humanos donde cultivar infinitas semillas argumentales.


El penetrante influjo que algún profesor ha ejercido sobre nosotros a lo largo de nuestras vidas, subyace en la generalizada atracción que películas centradas en tales relaciones han suscitado en espectadores de todas las generaciones, y ha servido de provechoso germen creativo a un nutrido y variopinto grupo de autores como Muriel Spark cuya aguda pluma escocesa concibió en 1961 el imperecedero personaje de Jean Brodie, la simpar profesora de avezados ideales y carismática personalidad cuyas controvertidas enseñanzas en Marcia Blaine, un elitista colegio para señoritas del Edimburgo anterior a la Segunda Guerra Mundial, sustentaron afiladamente el argumento de su mejor y más célebre novela: The prime of Miss Jean Brodie, que Jay Presson Allen logró adaptar lúcidamente para las tablas primero y posteriormente para la gran pantalla, redimensionando a nivel popular un carácter fascinador e irrepetible.



La intrincada tarea de orquestar los resortes fílmicos necesarios para recrear en celuloide el sugestivo mundo donde reina y finalmente es aniquilada la inusual heroína de Muriel Spark, recayó en las eficientes manos de Ronald Neame, un artesano británico todoterreno productor de las primeras obras maestras de David Lean (Breve Encuentro (1945), Cadenas rotas (1946), Oliver Twist (1948)), reputado director de fotografía de los años 30 y 40 (s. XX), guionista de menguada pero estupenda trayectoria (Un espíritu burlón (1945), Cadenas rotas (1946)...) y director de sólida corrección y hábil mando interpretativo. Los mejores años de Miss Brodie (1969) se erige junto a La aventura del Poseidón (1972) como la más sobresaliente muestra de sus notables facultades en ese último campo, y posiblemente también como uno de los últimos productos enraizados en un modo de entender el cine que en los estertores de la década de los sesenta del pasado siglo iba quedando injustamente obsoleta frente a lo que arrogantemente se vivió como la revolución cultural por antonomasia. Los mejores años de miss Brodie nació con la insolente conciencia de saberse una especie en vías de extinción dentro del panorama cinematográfico que le tocó en suerte, y, al igual que su protagonista, no ha cesado de cautivar a públicos de todo el mundo con su encanto vivo, peculiar y nada caduco.



Hay producciones en las que la fuerza gravitatoria derivada de un personaje es de una magnitud tal que un error en la elección de su intérprete no sólo lastra irremediablemente los resultados artísticos ambicionados, sino que hunde atrozmente cualquier posibilidad de éxito aislado del resto de los componentes del conjunto. Esa mujer tan admirablemente absurda y de gracia personal tan irresistible como peligrosa, abanderada de unos imposibles ideales de verdad y belleza que la escritora escocesa creó bajo la piel de Jean Brodie únicamente podía ser interpretada por alguien poseedor de esa opulenta maestría con la que algunos actores han sido bendecidos para nuestra fortuna. Así, al igual que la enorme Vanessa Redgrave vivió uno de sus gloriosos éxitos profesionales encarnando sobre los escenarios a la arrogante profesora imaginada por Muriel Spark, la no menos grande Maggie Smith consiguió lo propio personificándola en el film de Ronald Neame al dejar escrita esa página de oro perteneciente al papel referente de toda una carrera que cada actor sueña con poseer en su currículum artístico. Tanto el abrumador señorío interpretativo innato en esta dama británica como la apostura patricia de su físico y sus ademanes se adecuaron de tal modo al espíritu de Miss Brodie, que hacen que la manida expresión de “nacer para un papel” devenga en su caso en una perentoria realidad de obviedad incontestable. Si tomamos prestada la celebérrima frase que la educadora dirige a sus pupilas: “Todas mis alumnas son la crême de la crême....”, podemos proclamar sin ningún género de dudas que la labor de Maggie Smith en este film se cuenta entre la crême de la crême de los más reputados logros alcanzados en el universo actoral. Nada había en la petulante teatralidad de la mujer retratada en la película ni en la desnuda humanidad de su utópico credo vital que pudiera escapársele a esta consumada actriz. La suntuosa superioridad con la que la intérprete británica evita ridiculizar o salvar a la heroína que encarna, eleva el tono del film hasta tal extremo que más de una persona entre el público estaría presto a aplaudir cada uno de sus monólogos y de sus mutis. Es la espléndida composición de Maggie Smith un concienzudo trabajo de cómico de pura raza, donde las distintas gamas emocionales por las que atraviesa el personaje interpretado se nos ofrece de un modo tan perfecto como desvergonzadamente sencillo. El gran acierto de la composición de la actriz fue focalizar el corazón de su labor en la ingenuidad netamente romántica de Jean Brodie, sin plegarse a la atrayente tentación de victimizarla en extremo. Porque de la misma forma que las simpatías fascistas de la profesora (que tienen que ver mucho más con sus sublimados arquetipos de orden, belleza y heroísmo que con la política propiamente dicha), así como la asoladora manipulación que ejerce sobre su grupo de alumnas predilectas (elegidas para ser conducidas en pos del amanecer de lo que ella considera sus respectivas “vocaciones”) son representadas con los matices exactos de comprensión hacia quien por su especial sensibilidad es a fin de cuentas una inadaptada vital; no existe ningún tramo interpretativo en la tarea de Maggie Smith donde ésta fuerce la indulgencia hacia los dañinos efectos (para sí misma y para los demás) que el comportamiento de la educadora irá provocando desde la atalaya de sus utopías. Esta deidad de la escena sólo es bajada del cómodo pedestal de su supremacía actoral enfrentada a las elegantes y sabias maneras interpretativas de una igual: la gran Celia Johnson cuya personificación de Miss MacKay la conservadora y paciente directora de Marcia Blaine, férrea enemiga de Miss Brodie a lo largo de los años, representa un excelente contrapunto a la actuación de su oponente en cada uno de las secuencias que comparten.


(izq a dcha: Pamela Franklin, Maggie Smith)


La caída final de Jean Brodie nos reserva la última jugada maestra de Maggie Smith como actriz. La idealista profesora verá desolada su singular vida sexual y afectiva al ser ignorada por un mediocre pero cómodo pretendiente (el profesor de música) que terminará casándose con otra harto de que ella eluda siempre sus proposiciones matrimoniales, y ser despreciada por su antiguo amante artista (el profesor de dibujo); y será también testigo impotente de cómo la dirección y el consejo escolar dinamitan su esencial vocación educadora al despedirla del colegio por su perniciosa influencia sobre sus alumnas y ser responsable indirecta de la muerte una de ellas al alentarla a emprender una heroica empresa en la guerra civil española del lado de los fascistas. La secuencia final del film enfrentará crudamente a Miss Brodie en el desangelado escenario de su aula vacía, no sólo con lo incontestable de su derrota si no también con la traidora causante de su despido: Sandy (Pamela Franklin), la más “fiable” de sus “niñas”. La hondura de la herida inflingida por esta adolescente de porfiada envidia y ladino carácter en su antaño influyente educadora quedará atronadoramente recogido en los gritos de “¡Asesina!” que la profesora le dirigirá mientras aquella se va alejando por los pasillos del colegio sin echar la vista atrás. Sin embargo, tal “asesinato” no hará desvanecer de la conciencia de Sandy la profunda huella dejada en ella por Jean Brodie, y así en el epílogo que da cierre a la película y que muestra el final del curso y la despedida de la promoción a la que la chica ha pertenecido, la cámara de R. Neame irá siguiendo la salida de Marcia Blaine y la consiguiente entrada en las nuevas posibilidades de un mundo nuevo de esta particular “asesina” mientras en off la inconfundible voz magnificente de Miss Brodie sentencia: “Dadme una niña en una edad influenciable....y será mía para siempre.” Terminante y definitiva línea de diálogo con la que una colosal intérprete nos demuestra que para hacer suyo al público no le hace falta siquiera hacer acto de presencia en escena, pues ya ha dejado anidado en él la brillantez de su talento.


Pablo Vilaboy

Follow Us
  • Twitter Basic Black
  • Facebook Basic Black
  • Google+ Basic Black
Recent Posts
bottom of page