EVA AL DESNUDO EN EL RECUERDO
(Bette Davis)
¿Cómo afrontar la elaboración de una semblanza medianamente original cuando su objeto lo constituye un clásico entre los clásicos? ¿Desde qué nueva perspectiva puede cincelarse un breve panegírico de una obra tan estudiada como Eva al desnudo? Jugando con su título original podríamos decir que todo se ha dicho ya de All about Eve, al menos a niveles crítico y anecdótico. Ponderar la excelsitud actoral del film, señalar que su guión representa la quintaesencia del estilo literario de su también director Joseph L. Mankiewicz dando como resultado una esplendorosa supremacía del diálogo (exuberante en ingenio, acidez y tono cómico-dramático) por encima de la, por otra parte magnífica, planificación cinematográfica de la historia, destacar la cima interpretativa alcanzada por Bette Davis viviendo su mítico rol de la diva Margo Channing, dejar constancia de cómo los sólidos Anne Baxter y George Sanders consiguieron gracias a esta película los mejores papeles de sus irregulares carreras hollywoodienses redefiniendo ambos el concepto de “arpía” a través de personajes tan retorcidos como el de la arribista aspirante a actriz Eva Harrington y el del letal crítico Addison DeWitt respectivamente, o apuntar que esta intemporal pieza de cámara de 1950 ha quedado como la más penetrante radiografía del proceloso universo teatral jamás filmada…son datos que nada original aportan al retrato mil veces analizado de Eva al desnudo.
Anoche volví a visionar fragmentos de la oscarizada obra de Mankiewicz y, dejándome llevar por la cadencia hipnótica de la acerada estructura dramática que su director y guionista forjó para la misma, hallé el quid de la eterna fascinación que siempre alienta en mi espíritu amante del cine al reencontrarme con Eva al desnudo e inmediatamente puse en relación la explicación de tamaña sensación con las imperecederas palabras salidas de la pluma de Lillian Hellman para su autobiográfica Pentimento:
“La antigua pintura sobre el óleo, al correr del tiempo, en ocasiones pasa a ser transparente. Cuanto esto sucede, es posible, en algunos cuadros, ver los trazos originales: aparecerá un árbol a través del vestido de una mujer, un niño abre paso a un perro, un barco grande ya no se ve en un mar abierto. A esto se le llama “pentimento” porque el pintor se “arrepintió”, cambió de idea. Quizá también sería correcto decir que la primitiva concepción, reemplazada por una preferencia posterior, es una manera de ver y luego ver una vez más.”
(izq a dcha: Gary Merrill, Bette Davis, George Sanders, Anne Baxter, Hugh Marlowe, Celeste Holm)
Recuerdo con exactitud la primera vez que me adentré en esa superficie pantanosa que tenía por hábitat la ficticia troupe integrada por Miss Channing como gran reina astral y por aquellos que constituían los personajes satélites fundamentales de su sistema emocional: Eva al desnudo fue el título que inauguró un ciclo que años ha TVE-2 le dedicó a Marilyn Monroe. Mi remembranza de ese lejano visionado es la de haberme sentido un observador privilegiado de la mayestática representación de la colisión de los distintos mundos privados que conforman la hermandad artística del teatro. A modo de una casa de muñecas en la que todas sus habitaciones cumplieran una función de escenario teatral, en aquella primera ocasión sólo me dejé arrastrar por el virtuosismo representativo de lo contemplado. Sin embargo, a medida que han pasado los años y con ellos se han ido sucediendo los inevitables procesos de maduración de mi persona, las siguientes oportunidades que he tenido de solazarme con Eva al desnudo me han llevado al descubrimiento incesante de otras estancias y recovecos íntimos que me han proporcionado un progresivo conocimiento, nunca totalmente rematado, de la riqueza laberíntica atesorada en los complejos cimientos de su armazón. Con cada aproximación a la obra maestra de Mankiewicz se van transparentando gradualmente facetas psicológicas y argumentales que con anterioridad permanecían veladas a mi aprehensión de espectador, y no es exactamente que el director estadounidense errara en sus planteamientos de los primeros niveles de lectura de su película, sino que tuvo la brillantez de superponer esferas interminables de comprensión de la rica fauna creada para el film y así, convertir el sucesivo disfrute de Eva al desnudo en una manera de aprender y luego aprender una vez más, hasta un grado que se me antoja inalcanzable.
(izq a dcha: Anne Baxter, Marilyn Monroe, Bette Davis)
¿Qué me ha enseñado hasta el momento presente Eva al desnudo? Que dentro del ritualizado ambiente teatral, más allá de sus códigos seductores y ponzoñosos, en el mismo piélago desde el cual sus integrantes contemplan altivos a quienes somos ajenos al círculo vicioso de su gremio sin saberse ellos mismos naúfragos del común crucero de la existencia, hay una verdad primigenia que nos vertebra a casi todos: La imposibilidad de lo absoluto en cada realización personal. Margo consigue el equilibrio sentimental junto a su amado director de escena Bill Sampson (Gary Merrill) a costa de reconocer el inevitable declive artístico al que está abocada como actriz madura, Eva manipula y extermina anímicamente a cuantos se interponen en su escalada hacia el estrellato para quedar finalmente atrapada en la cima del éxito entre las fauces de Addison, Karen Richards (Celeste Holm) logra salvar su amistad con Margo y su matrimonio de la perniciosa influencia de Eva pagando por ello el precio de ver arruinada su confianza en la solidez de los lazos que la unen a ambos, mientras que Lloyd (Hugh Marlowe), su esposo, saborea las mieles de una mayor gloria como dramaturgo en combinación con la hiel que deja en su talante haber traicionado a su mujer con Eva y sentirse igual de mediocre que otros ante quienes se consideraba superior, y por fin Addison DeWitt, el maestro marionetista de la función, aún saliendo invicto de cuantos lances busca para divertirse cruelmente a costa del prójimo, no tiene más remedio que reconocerse impotente para el goce de cualquier tipo de emoción cálida y noble. Renuncia, pérdida, frustración, autodesprecio, esterilidad afectiva…Desfragmentación de toda idea omnímoda e íntima de felicidad a la que la mayoría de ellos hubiera ambicionado dar vida.
Cuanto podemos llegar a saber de esta particular feria de las vanidades imaginada por Joseph L. Mankiewicz es irreducible a un todo debido a la multiplicidad infinita de los matices que dan entidad a su frondosa estampa dramática. De ahí su hechizo perdurable.
Pablo Vilaboy