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JUAN CARLOS RUBIO, EL DIRECTOR INVISIBLE

(de izq. a dcha: Kiti Mánver, Juan Carlos Rubio, Dani Muriel- Las heridas del viento)

JUAN CARLOS RUBIO: “Me gusta ser un director invisible porque eso supone dar valor a lo delicado”


Es uno de los directores y autores más presentes en la cartelera actual, no sólo en Madrid donde con el estreno este jueves 15 de enero de la traslación a escena de la exitosa serie El secreto de Puente Viejo tendrá tres obras al mismo tiempo, sino en el resto del país por el que varios de sus montajes se mueven cosechando el aplauso del público y el beneplácito de la crítica.


Miguel de Molina al desnudo en el Infanta Isabel, Las heridas del viento en el Lara y El primer secreto de Francisca y Raimundo en el Nuevo Apolo son tres espectáculos con algo en común: Juan Carlos Rubio es su director (y autor del segundo) y ninguno para quieto puesto que sus giras están siendo generosas y multitudinarias. Este cordobés al que conocimos como actor pero que jamás acalló su vocación como escritor ha conseguido labrarse un nombre a base de tesón, esfuerzo, ingenio, osadía y versatilidad tanto en lo que crea como en lo que pergeña a partir de textos ajenos y su obra ha traspasado (y sigue haciéndolo) fronteras e idiomas.



PREGUNTA.- ¿Da cierto vértigo eso de ver tu nombre multiplicado en las marquesinas de tantos teatros en tantos lugares?


RESPUESTA.- No, no, todo lo contrario: lo vivo como un privilegio, como un regalo continuo, un premio que me anima a seguir en ello, pero ni me paraliza ni me provoca efectos negativos. ¡Sería un ingrato si me quejase o preocupase! Me mantengo alerta, no me descuido ni doy nada por sabido, pero por lo demás lo vivo con entusiasmo.


P.- Los que te conocen de tiempo ya sabían de tu afán por escribir mucho antes de que Esta noche no estoy para nadie conquistase a Esperanza Roy e impulsara su estreno en 1997…


R.- Esa fue siempre mi aspiración, mi gusto, lo de dirigir llegó un tanto de rebote: fue Juan Luis Galiardo el que me avasalló como sólo él podía hacerlo y casi me puso al frente de Humo sin tiempo para negarme… ¡Pero no me arrepiento, todo lo contrario! Como dice Kiti en Las heridas del viento está bien transformarse, es bueno ser cambiante: no imaginaba cómo iría derivando mi carrera hasta que lo ha ido haciendo.


P.- ¿Qué descubriste en la dirección para que te atrapase de esa manera?


R.- No sabría definirlo del todo, es parte de su magia, pero lo bueno es que, sea con un texto propio o con uno ajeno, dirigir es hacer una labor similar a la del montador de cine: supone reescribir, darte cuenta de los errores o de por dónde puede aparecer, ir amoldando a los actores lo que son sólo palabras en un libreto, es poder cambiar con libertad y, en ese sentido, por eso me encanta ver mis obras dirigidas por otros.


P.- ¿Te sientes más cómodo con una obra tuya o con material ajeno?


R.- Estoy más tranquilo, mucho más seguro cuando el texto es de otro y me siento mucho más libre con uno mío. Siempre procuro que el texto no me dé pautas, respetar su esencia, su sentido, jamás voy a ir en contra del autor porque creo que eso está en la base de lo que considero una buena dirección: que los actores se luzcan, den lo mejor de sí mismos y que el texto se entienda.


(izq a dcha: Ángel Rúiz, Juan Carlos Rubio - Miguel Molina al desnudo)


No cabe duda de lo que Juan Carlos consigue con sus intérpretes, sólo hay que ver al prodigioso Ángel Ruiz transmutado en Miguel de Molina o a la impresionante Kiti Mánver de Las heridas del viento rozando lo sobrehumano en una de las transformaciones más abracadabrantes que puedan recordarse (apoyada en un magnífico Daniel Muriel), conseguida con sencillez y naturalidad, características fundamentales de los montajes de los que se hace cargo el director, quien se deshace en elogios de todo el elenco de El primer secreto de Francisca y Raimundo.



P.- Eres un director sutil, poco dado a la parafernalia, a remarcar cada escena…


R.- Me gusta la dirección invisible porque tiene el valor de lo delicado; precisamente por ello, no me gusta salir a saludar en los estrenos, ¡ya tuve mi buena ración de aplausos cuando era actor!, me siento muy gratificado con las reacciones del público durante la representación, comprobar que se ríen donde se esperaba que lo harían, cómo se implican con lo que sucede en escena; ese es, además, mi mejor baremo para ir cambiando algunas cosas, retocando otras, lo que percibo que no funciona como debiese.


P.- El público respalda tus propuestas, a pesar del 21% de IVA…


R.- Es un momento tremendamente delicado: la política cultural es absolutamente cicatera. Y no hay duda de que el teatro interesa, como señalas, no sólo por lo de Miguel de Molina u otros espectáculos en los que yo esté involucrado, pero va siendo urgente cambiar algunas cosas para que esto no se vaya a pique.


P.- ¿Tienes algún autor u obra de cabecera, algún referente claro a la hora de escribir?


R.- No, no tengo una línea clara como puede verse en mi trayectoria: no tengo personalidad como autor ya que, al igual que cuando era actor, me gusta el disfraz, alternar y alterar tonos, depende del momento.


(izq a dcha: Kiti Mánver, Dani Muriel - Las heridas del viento)


P.- ¿Es Las heridas del viento tu obra más personal?


R.- Todas tienen de mí, pero es posible que ésta ahonde un poco en sentimientos y sensaciones, incluso en recuerdos más íntimos: al fin y al cabo, es un texto sobre un hijo y toca asuntos como la incomunicación, el dejar cosas sin contar o decir, la imposibilidad de dejar las cosas en claro cuando la muerte hace su aparición… Yo creo que toca muchas fibras de muchas personas porque, si hubiera que hacer un rápido y escueto resumen, podríamos decir que la función intenta dejar claro que el amor no puede ser un castigo, que sólo hay que amar a la persona que se lo merezca, pero esos latigazos nos los hemos dado todos en alguna ocasión.


(izq a dcha: Susana Abaitúa, Carlos Serrano Clark- El primer secreto de Francisca y Raimundo)



Hablar con Juan Carlos Rubio es siempre un placer, pero la conversación ha de interrumpirse porque va camino de uno de los teatros para volver a sentarse en el patio de butacas y tomar nota sobre lo que ve en escena y el comportamiento del público: “Voy cada dos semanas, al menos una vez al mes, más que nada por ayudar y apoyar a los actores, para que la obra no quede desprotegida, pero no soy nada obsesivo ni maniático”. A buen seguro, los aplausos le acompañarán y refrendarán su labor.


Óscar López, Pablo Vilaboy



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