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UN OSO LLAMADO PADDINGTON


“No podría volver a ser un ángel...La inocencia, una vez perdida, no se puede recuperar.” (Neil Gaiman)



La víspera de Navidad de 1956, Michael Bond compró un oso de peluche como regalo para su esposa en una tienda londinense próxima a la estación de Paddington. Diez días después, inspirado por el encantador juguete, escribió A bear called Paddington, el primero de una serie de libros infantiles cuya popularidad perdurable y prolongación en el tiempo (el último publicado data de 2014), le convertirían en el creador de uno de los personajes de ficción para niños más amado. La génesis literaria del osito Paddington fue publicada en 1958 con ilustraciones de Peggy Fortnum y desde entonces hasta la actualidad todas las divertidas aventuras de tan peculiar animal oriundo de Perú han sido traducidas a treinta idiomas obteniendo una acogida entusiasta en todo el mundo respaldada por unas cifras de ventas millonarias.


A lo largo de los años las entrañables peripecias del ingenuo y parlanchín osito peruano de concepción antropomórfica, adoptado por los Brown tras encontrarlo en la estación de Paddington (nombre que se apropia esta familia londinense para bautizar al nuevo integrante de su hogar) ha dado origen no sólo a infinidad de artículos de merchandising, sino también a tres series de televisión británicas y a un film dirigido y escrito por Paul King, cuyo estreno estas pasadas festividades navideñas ha señalado el debut en la pantalla grande del peludo personaje.


En pleno siglo XXI a nadie sorprende que este Paddington cinematográfico sea un prodigio de digitalización. Cada uno de los detalles en la textura del pelaje del osito, la viveza emotiva y candorosa de sus ojos o la pluscuamperfecta interactuación de la criatura digital con los demás intérpretes de carne y hueso, alcanzan un grado de excelencia que, sin resultar novedoso, no deja de admirarnos. Actores de la talla de Sally Hawkins, Julie Walters, Nicole Kidman o de Ben Whishaw prestando su voz a Paddington del mismo modo que un tándem de lujo como es el formado por Imelda Stauton y Michael Gambon hace suyos los diálogos de los tíos oseznos del osito peruano, contribuyen con su desprejuiciada entrega cómica a que este film de irresistible marchamo británico destierre cualquier sombra de artificio que pudiera malograr la creencia instantánea del espectador en lo que está visionando.


El encomiable equilibrio logrado por la dirección y el guión de Paul King entre lo pintoresco y la elegancia formal, así como entre lo sentimental y un gozoso tono de alocada comedia física imantan a Paddington de una ingenuidad emocional verdaderamente impagable. Una vez inmersos en el colorido universo que habitan los protagonistas de la película es sencillo dejar en suspenso el escepticismo propio de la edad adulta, permitiendo que los rescoldos de nuestra ingenuidad infantil se aviven durante la hora y media que recorremos de la mano del espíritu puro del personaje adorable que da título al film.


Desde sus primeras imágenes, Paddington se libera de cualquier signo de vergüenza que pudiera empañar su natural creencia en ese tipo de realidad paralela que muchos vivimos en nuestra niñez lejana, plano de inocencia que nos convertía en bienaventurados ángeles de un firmamento cuya infinitud estaba ya condenada y donde la bondad y la nobleza se erigían como auténticos astros reyes. Gracias a ello quienes son ahora infantes aplauden, se ríen y se apenan por las aventuras y desventuras de este singular osito, y quienes ya nos hallamos adentrados en la madurez somos capaces de desviar por unas horas nuestra mirada descreída de una cotidianidad que traiciona, día a día, promesas que conformaron nuestros personales caminos de baldosas amarillas. Es en la consecución de dichos estados anímicos donde Paddington triunfa y hace comprensible la vigencia de su mensaje: Un hogar se conforma de corazones sin importar el tipo de condición que diferencie a uno de sus miembros de otro, porque todo puede aunarse gracias al amor.


Pablo Vilaboy


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