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EL ÁFRICA DE ISAK DINESEN


Memorias de África (1985)


“Él me hizo un regalo increíble: La visión del mundo a través de los ojos de Dios…Y yo me dije: sí, ya comprendo…así es cómo debe ser.”, rememoraba la baronesa Karen Blixen en Lejos de África, el bellísimo compendio de sus vivencias en aquel continente que escribió bajo su famoso seudónimo literario: Isak Dinisen.


A través de las evocadoras descripciones de las estampas africanas de las que la baronesa tuvo la oportunidad de ser partícipe y protagonista, Blixen ofreció en sus escritos un exuberante fresco político-social y cultural de la vida en una plantación de café de la África colonial británica de principios del siglo XX en el que destaca sobre todo lo demás el excepcional triángulo amoroso formado por la aristócrata danesa, su amante: el aventurero Denys G. Finch Hatton y el continente africano.


Karen Blixen halló en África su propio Edén en la Tierra, una lugar salvaje imposible de conquistar por completo, cuyos nativos desbordaban la calificación de indómitos. El lógico choque entre la civilización europea que representaba la baronesa y la cultura tribal sometida pero nunca vencida que se topó en los dominios de su cafetal se saldó con una respetuosa admiración henchida de un amor pletórico e inquebrantable por parte de la dama. Sabiéndose distinta en muchos aspectos de su personalidad para el logro de una identificación plena con las costumbres aborígenes, Karen se dejó arrastrar por una fascinación conmovedora hacia aquellas tierras y sus gentes porque vio de inmediato en todo ello un espejo que le devolvía la imagen de lo que habría sido su alma en libertad pues, si bien es cierto que la forma en la que Blixen rigió su existencia dio buena cuenta de la rebeldía que habitaba su espíritu y de su consecuente oposición a la mayoría de las reglas sociales que encorsetaban el destino de la mujer en la Europa occidental de su época, no lo es menos que en muchos aspectos de su vida le fue imposible romper totalmente esas cadenas.


La pasión que unió a la escritora con Denys no podía haber tenido otro marco que esa África casi virginal bajo cuyo magnetismo ambos sucumbieron. Finch Hatton había encontrado en aquel continente un territorio de libertad ideal, ajustado a la medida de sus aspiraciones íntimas y, como hombre, había podido desarrollar en plenitud su emancipación de los corsés impuestos por el mundo occidental al que pertenecía por nacimiento. No había en él anclaje alguno a las costumbres de las que no quería participar. Tamaña administración de independencia personal que subyugó a Karen Blixen terminó por separarles dada la resistencia de él a enclaustrarse en el tradicional compromiso sentimental que el profundo enamoramiento de la baronesa le exigía.


Tanto a Lejos de África como a la eminente adaptación cinematográfica que de los recuerdos africanos de Blixen llevó a cabo Sidney Pollack en 1985 (Memorias de África) con Meryl Streep (Karen) y Robert Redford (Denys) en sus papeles protagónicos, se les acusó de un vacuo preciosismo deudor de la sublimación de un mundo cuya realidad distaba mucho de la emoción idealizadora que Karen imprimió siempre a sus remembranzas de aquellos tiempos. Sin embargo, en medio del romanticismo con el que la autora rememoró su pasado en aquella tierra fascinante, no faltó en sus descripciones de ese fenecido universo colonial una acerada agudeza con la que condenó el inflexible clasismo que lo regía y el trato degradante con el que los colonos rebajaban a la población nativa hasta límites que rozaban la esclavitud. Yendo aún más allá, reseñemos que el encumbramiento paradisíaco que Blixon hizo de la África que conoció no evadió en ningún momento la crueldad de una madre Naturaleza tan pródiga como terrible con las tribus de aquellos pagos.


De la misma manera que el deslumbramiento que la baronesa Blixen sintió por África no cegó su percepción del salvajismo innato de sus territorios, tampoco fue ajena a la inviabilidad de alcanzar una alianza de sentimientos entre ella y Denys a causa de la arraigada y excluyente independencia del talante de su amado.


La aristócrata danesa amó ilimitadamente a un continente y a un hombre que, en último término, resultaron ser inalcanzables. Por ello es sumamente reveladora la crónica que hizo en Lejos de África del primer vuelo que tuvo la oportunidad de disfrutar en una avioneta pilotada por Denys. Suspendida en el abisal celeste del firmamento africano, sobrevolando ríos terrosos, hondonadas alfombradas de oro y verdemar, lagos rosados florecidos de flamencos y estallidos áureos de la sabana, Karen observó desde una privilegiada distancia omnisciente la inaccesible esencia del objeto de su amor y en esa imposibilidad de detentar el completo dominio del mismo entendió y experimentó el orgullo y la dicha melancólica que ha de sentir un dios hacia el conjunto de su creación bienamada.


Meryl Streep, Robert Redford


La primorosa dirección de Pollack en Memorias de África tuvo uno de sus puntos álgidos en la excelsa secuencia del vuelo de la avioneta en la que el montaje, la fotografía y la inspiradísima partitura de John Barry condensaron visualmente, con hondura exquisita, los trascendentes momentos que vivió Blixen al surcar el cielo africano: Sucesión de imágenes esplendorosas que se hermanan magistralmente con el relato que de ese episodio de su vida recogió la escritora en su libro y que culminan con el instante en el que, deshecha en belleza, Karen estrecha la mano de Denys en medio de un mar de nubes. Feliz en su derrota, reconoce el vínculo de libertad indoblegable que une a su amante con el continente…Y…”lo comprende, porque así debe ser.”


Pablo Vilaboy

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