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EL BESO DE ELIZABETH TAYLOR


Elizabeth Taylor en La gata sobre el tejado de zinc (1958)

El veintitrés de marzo de 2011 el océano violeta de sus ojos se desbordaba de esta vida en busca de un lugar en el sol. Elizabeth Taylor fallecía a la edad de 79 años tras ser al fin derrotada por una dolencia cardíaca. Desaparecía con ella la última estrella con la que nos hizo soñar el Hollywood dorado, el epítome de lo que debe ser una personalidad de leyenda.


El aura fascinante de Taylor iba mucho más allá de su belleza deslumbrante o de sus notables dotes dramáticas explotadas en clásicos como Gigante (1956), La gata sobre el tejado de zinc (1958), De repente, el último verano… (1959), Cleopatra (1963) o ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1966). Elizabeth representó desde su juventud el espíritu de una mujer libre que regía su existencia en base al amor y a la pasión que anidaban exuberantes e insaciables en su naturaleza. “Para mí el feminismo no radica en quemar sujetadores en una manifestación sino en ejercer mi libertad de mujer sin cortapisas.”, así se pronunció la estrella en una entrevista de los años setenta en la que hizo un somero repaso de todos los escándalos provocados en las mentes biempensantes de décadas anteriores debido a los numerosos matrimonios, adulterios y la adicción al alcohol que habían nutrido su libre forma de vivir.


La materia de la que están hechos los mitos es tanto más subyugadora cuanto más poliédrica sea la persona sobre la que se erigen. Taylor no sólo se constituyó en todo un icono de su generación. Año tras año su figura fue engrandeciéndose en el imaginario colectivo de cada nueva remesa de jóvenes de épocas posteriores a la suya, y resulta indubitable que así seguirá sucediendo tras su muerte. Existen dos razones fundamentales para explicar la admiración generalizada que, hasta el día de hoy, la actriz de ojos violetas inspira en todos nosotros: En primer lugar porque transitó por el caudal del tiempo manteniendo lozanos su vitalidad y su ánimo de seguir siempre adelante. Elizabeth Taylor tuvo que lidiar a lo largo de los años con una quebradiza salud de hierro que la condujo a tener que pasar por el quirófano una veintena de veces, situándose en varias ocasiones a las puertas de la muerte (como la famosa neumonía que sufrió durante el rodaje de Cleopatra de la que se salvó milagrosamente gracias a una traqueotomía). Jamás se rindió. A medida que se iba haciendo mayor nunca se dejó atrapar por la trampa social de “la vejez” ni se doblegó ante las muchas dolencias que se cernieron sobre ella. Taylor cuidaba de su dignidad como ser humano y con su manera de devorar cada pedazo de vida que se le ofrecía despertó una admiración unánime además de ofrendarnos unas enormes enseñanzas: Que a las personas, tengan la edad que tengan, hay que tratarlas por quiénes son, y que la ancianidad no debe coartar nuestra libertad de acto o de pensamiento. En segundo lugar, admiramos a Elizabeth por su encarnizada lucha para erradicar los crueles prejuicios sociales existentes hacia los enfermos de sida (muchos de ellos lamentablemente subsisten en el presente, pero no son ni de lejos tan cruentos como lo eran en los ochenta (XX), cuando la enfermedad de su gran amigo Rock Hudson dio una triste notoriedad a la dolencia) amén de su apoyo incondicional (personal y económico) a la investigación para hallar una cura a tan terrible mal. Fue la primera de las celebridades hollywoodienses en atreverse a dar un paso al frente y atacar la discriminación y el vilipendio con los que se pretendía convertir a estos enfermos en auténticos apestados. Dentro del combate que emprendió, Taylor tuvo un gesto que en su momento dio la vuelta al mundo (gesto que luego repetiría con otros muchos aquejados de sida): Se fotografió besando a un Rock Hudson ya terminal. Ese beso se convirtió en un verdadero hito dentro de la ardua batalla que muchos sostuvieron en su día para sensibilizar a la gente del craso y cruel equivocación que cometían al estigmatizar a las personas seropositivas (hubieran o no desarrollado el síndrome de inmudeficiencia adquirida).


El beso de Elizabeth Taylor constituyó un gran ejemplo de las colosales solidaridad y empatía humanas de la estrella. Humanidad extraordinaria que quedó bellamente resumida en las últimas palabras que dirigió a sus admiradores a través de Twitter: “DAD. ACORDAOS SIEMPRE DE DAR. ESO ES LO QUE OS HARÁ CRECER.”


Pablo Vilaboy







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